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¿Cubanos sí o sí?

Esto de la cubanía es asunto serio. Todo depende de con qué ojo se le mire, si está o no con cataratas de inmediata operación. Hay que reconocer públicamente el ingenio y tal vez la gracia de quien trabajando para la BBC tituló en los pasados Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro algo así como “Cubano contra cubano, oro para Azerbaiyán”.
 
En estas competiciones algo llamó la atención y no fue otra cosa que la gran cantidad de atletas que participaron, como nunca antes, representando la bandera de otras naciones. Cuatro o cinco por el Comité Olímpico Internacional y ni se sabe cuántos por diferentes cielos. Debo apuntar que me causó una sensación como de rareza agridulce ver a un chino en bádminton con sus dos entrenadores chinos también hablando en mandarín bajo el pabellón canadiense y un ferviente público sin mirada oblicua dándole ánimos con una hoja de arce roja.
 
Un fenómeno ya habitual en este mundo donde las gentes se mueven como hormigas locas de un sitio a otro buscando o huyendo de algo.
 
Y no fueron pocos los cubanos que compitieron representando a diversas naciones. Hasta hoy, no he leído de protestas o polémicas de otras partes de este mundo en torno a esto, salvo en las calles y medios de prensa en Cuba, donde todo comenzó cuando un conductor de un programa televisivo llamó “ex cubano” al vallista Orlando Ortega, plata por España en los 110 metros con vallas.
 
Pienso que, particularmente, con España, esto de las banderas tiene una relación muy especial conferida por las personas y no por la política, que no pierde ocasión de meterse hasta en un caso de impotencia sexual. Tal vez el primer caso, si es que lo vamos a llevar a la historia entre ambas naciones, sea el de un cubano paisano mío que llegó a ser jefe de Gobierno en la península.
 
Me refiero al general Dámaso Berenguer y Fusté, nacido en la villa de San Juan de los Remedios, actual provincia de Villa Clara y de padre español con madre cubana. Adolescente marchó a España y siguió el camino de las armas. En la academia le llamaban “el cubanito”. Dámaso fue jefe de gobierno, a solicitud del Rey, en 1930-31. Y antes de que se me olvide, pues de los bosques de Remedios salió toda la madera preciosa para levantar El Escorial, hecho comprobado por mi amigo español ya fallecido muy tempranamente, Rafael “Rafa” Simancas.
 
Si se le preguntara al pueblo cubano su parecer, la temperatura no alcanzaría ningún signo alarmante. La gran mayoría disfrutaría de una medalla ganada por un cubano así sea que compite por el Tibet. Es cubano y seguirá siendo cubano.
 
Lo interpreto así desde hace tiempo. Cuando el juego amistoso de béisbol entre una selección nacional y los profesionales gringos del Tampa Bay, que fue presenciado en La Habana por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, el primer jugador era Dayron Varona, un ex jugador de la provincia de Camagüey que optó por el camino de las Grandes Ligas. Varona fue recibido con aplausos por una buena cantidad de asistentes que con ello daban su opinión.
 
El béisbol, deporte nacional amenazado por ser suplantado por el fútbol, es quien más jugadores ha proporcionado a otros países y de manera mayoritaria a EEUU. Pocos conocen que le sigue el ajedrez, donde especialistas en el juego ciencia aseguran que supera a los 150 entre árbitros, entrenadores y jugadores.
 
Qué casualidad es España la que más ajedrecistas de Cuba ha incorporado a su equipo con al menos un integrante desde 1998. Por cierto, bajo pabellón cubano jugó hasta su retiro el Maestro internacional Francisco J. Pérez, nacido en Vigo y considerado para su época (1960) como el mejor jugador a ciegas de España. A mucha honra tuvimos al “gallego” Pérez Pérez en nuestra nómina y nadie puso el grito en el cielo y mucho menos se le dio un jaque mate.
 
Esto de la cubanía es asunto serio. Todo depende de con qué ojo se le mire, si está o no con cataratas de inmediata operación. Para mí, tan cubano es Ortega como el mismísimo General Dámaso y que vengan después los calificativos…

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¿Cubanos sí o sí?

Aurelio Pedroso

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