Si fueren secuenciales -que no lo son-, diríamos que cambian, con el tiempo, del modo tradicional al carismático, y de éste al burocrático-institucional. Son los tipos de legitimidad o modelos de autoridad y dominación en el planteamiento de Max Weber, el genial científico social alemán en los inicios del Siglo XX. Plenamente válidos, aún en estos tiempos posmodernos, llenos de arabescos y nubes rosa, que terminan siendo nubarrones y tormentas.
Si fueren secuenciales -que no lo son-, diríamos que cambian, con el tiempo, del modo tradicional al carismático, y de éste al burocrático-institucional. Pero, no: coexisten y compiten. Y la persistencia de los primeros es la señal de la falta de maduración política de las sociedades.
La dominación tradicional se basa en la familia, el clan, la tribu. En Venezuela, Henrique Salas Römer, por ejemplo. El carismático, en el liderazgo fuerte del dirigente: Carlos Andrés Pérez o Hugo Chávez. Y el institucional, en la vigencia de unas normas y modernos modos de racionalización política. El mejor ejemplo fue la AD de Rómulo Betancourt.
La doctrina, la teoría y la realidad nos muestran la superioridad en desempeño y resultados del modo institucional o racional. Instituciones y riqueza nacional son factores correlacionados. Aunque las sociedades se deleiten o rindan ante el carisma, o se refugien y permitan los clanes.
Con los ejemplos venezolanos citados, uno puede darse cuenta que no hay progresividad en ellos. Betancourt, del tipo más actual, precedió a Pérez, Salas y Chávez. La institucionalización de las sociedades puede ser anulada y sustituida por tipos retrógrados.
Uno de los retos más interesantes de los procesos de institucionalización-reinstitucionalización, como la Transición a la Democracia y el Mercado, es la salvaguarda de sus logros en el exigente plano del desarrollo de instituciones. Es crucial evitar su mediatización o apropiación por los grupos o intereses y los modos obsoletos.
Una de mis críticas al, para mí, mayor exponente conocido de la modernidad política en Venezuela, Rómulo Betancourt, fue no haber agenciado con permanencia un modo racional-institucional de mando. Era la garantía de largo plazo para la conducción exitosa de la nación. No advirtió, o no supo, que había que garantizar el legado.
Optó por el “segundo mejor” camino: los gobiernos de unidad o concertación nacional. Murió, frustrado, procurando una vuelta a los acuerdos nacionales, casi veinte años después de su última presidencia, cuando la regresión política e institucional nacional ya era un hecho, a pesar de los panegíricos, que seguían viendo e impulsando avances “democráticos”.
Pero, que quede claro, acuerdos sin procesos de institucionalización virtuosos y condiciones y cláusulas para su irreversibilidad, son de impacto limitado. La institucionalización y su defensa frente a los mesianismos o grupos son, entonces, la medicina para el éxito de la política, en tanto vía para el éxito nacional.
Pese a los intérpretes de Weber que exaltan el modo carismático, no hay dudas sobre la superioridad del modo racional, burocrático, institucional. Es una de las inspiraciones de nuestra propuesta de una Transición a la Democracia y el Mercado.
Santiago José Guevara García
Valencia, Venezuela
sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1
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Tradición, carisma e instituciones
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