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Ni en Bilbao

Este chuletón que está siendo noticia estos días debe de ser la repera marinera por todo el imaginativo proceso necesario para convertirlo en la mayor joya gastronómica de la Historia. Ni en Bilbao se come un chuletón así: procedente de un vacuno de la raza francesa Blonde Aquitainey, macerado durante dos semanas y puesto a invernar a lo largo de quince años – a ver quién es el hambriento que espera – a cuarenta y tres grados centígrados bajo cero y sometido a una corriente de aire de 120 kilómetros hora, capaz de tumbar al más plantado. Uno pensará que el resultado es un mazacote de hielo imposible de descongelar, pero, ¡qué va!

El producto final, pues… algo maravilloso al paladar, según dicen los expertos, claro, porque yo les juro que no lo he probado, ni tocado, ni olido, ni siquiera visto más que en fotografía. Claro que tampoco lo he pagado, cosa que me habría desestabilizado la economía para todas las navidades. Tres mil euros del ala se asegura que es el precio en la carta para los gurmés que deseen saborearlo y, naturalmente, tengan posibles para pagarlo y ganas de pasarse.

Este chuletón que está siendo noticia estos días debe de ser la repera marinera, primero por el precio, que es una afrenta para los que no tienen para almorzar ni una hoja de berza, y después por todo el imaginativo proceso necesario para convertirlo en la mayor joya gastronómica de la Historia. ¿A quién coño se le habrá ocurrido poner en el congelador un trozo de carne durante quince años? Ya hace falta imaginación y, paciencia, sobre todo paciencia.

Pero ya sabemos que hay gente para todo, para imitar al santo Job y para pagar tres mil euros, vino, café y postre aparte, por un refrigerio. Cuando yo iba a la escuela nos enseñaban las virtudes, que si no recuerdo mal eran siete, y los vicios capitales que si mi memoria no falla, eran otros tanto. Uno de ellos, la gula que últimamente las estrellas Michelín y los chefs han puesto tan de moda.

¿No nos estaremos pasando en esto del comer?, se me ocurre preguntar al vacío, sin aguardar respuesta. La buena mesa ha desplazado al deleite de la lujuria e incluso a la tentación de los coches de alta gama. Comer engorda, bien sabido es, pero acaso ¿no será también pecado? Pecado carnal, además, porque si lo es echar una cana al aire, que ni siquiera es malo para la salud, zamparse un chuletón al módico precio de tres mil euros, se me ocurre pensar que más que carnal debe de ser mortal de necesidad.

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Ni en Bilbao

Diego Carcedo

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