Sí, también ésto lo sabía.
Sabía que era el final, pero lo asumió con una valentía admirable. Con una naturalidad contagiosa que te hacía caer en la ingenuidad de que ésto también lo superaría.
Porque Carlos era un sentimental que huía del sentimentalismo. Protegido por una coraza de cristal que dejaba ver sus secretos… su empatía, su gran generosidad.
Leal a sus afectos, amigo de sus amigos, pendiente siempre de los suyos como un padre protector.
Carlos sabía ver más allá del momento, más allá de lo obvio, sin que los árboles le taparan el bosque.
Hablábamos de todo… del trabajo, de la actualidad, de economía; pero, sobre todo, de política. Se enfadaba con la incompetencia, se crispaba con la maldad y le incomodaba el pragmatismo.
Y era único retratando a los personajes. Detectaba enseguida sus cualidades, sus aciertos, sus puntos débiles. Los retrataba con cuatro pinceladas. Y acertaba.
La coincidencia en afectos y desafectos fue, quizá, lo que nos unió al principio. Otras afinidades, después. Porque compartimos muchas cosas: momentos inolvidables, miradas cómplices, silencios cómodos. Sentimientos.
Le gustaba reirse, a veces para dentro. Carlos era muy divertido. Y también un bon vivant.
Adorable Carlos.
El cordero del Landa, los pintxos de txangurro del Martínez ya no serán lo mismo.
Eran los mejores porque estabas tú.
*Ángeles Bazán, periodista de RNE
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