La nueva alcaldesa de Madrid supera con éxito su primera semana en el poder. La llegada de los ‘nuevos’ partidos a las instituciones en un año como el que vivimos, marcado por las citas con las urnas, ha acelerado aún más si cabe, la intensidad del debate político. Ahora todo es cuestión de gestos y la batalla en curso no se ha detenido en ningún momento. En ese endiablado tobogán en el que siguen instalados quienes luchan por retener el poder a cualquier precio, no hay lugar para la cortesía o ese plazo habitual de cien días que solía concederse a los nuevos gestores antes de evaluar el resultado de sus acciones.
Da la impresión de que, por ahora, la gesticulación y el uso de la imagen funcionan como sustitutivos de la verdadera acción política. Y eso, desgraciadamente, también vale para quienes acaban de llegar. Está bien renunciar a los coches oficiales o hacerse propaganda en los espacios en los que antes podía leerse publicidad institucional, diciendo que nunca más tendrán ese uso, por ejemplo. Pero a la hora de la verdad, este tipo de decisiones no pueden ser consideradas relevantes. Ni mucho menos. Y, sin embargo, incluso la oposición, tan bronca y vociferante como era de esperar, se concentra en poner en cuestión estas nuevas actitudes.
Sin embargo, nunca como antes el tiempo es fundamental, y caer en esas maniobras de distracción puede resultar perjudicial a la larga. La llegada al poder en las principales ciudades del país de las candidaturas de unidad popular ha tenido incluso una gran repercusión internacional, por lo inédito. Que Madrid y Barcelona, sin ir más lejos, vayan a ser gobernadas por gestores cuyo pasado reciente está escrito en el activismo y la movilización ha despertado una amplia curiosidad y revitalizado a ese frente progresista contra la austeridad que, tras la victoria de Syriza en Grecia, hubo que empezar a tener en cuenta.
En ese sentido y, a pesar de los escándalos provocados por los viejos mensajes de Twitter y demás asuntos insustanciales, la nueva alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ha logrado marcar con claridad su perfil político desde el minuto uno. Quizá para desesperación de unos rivales que se han dedicado, sobre todo, a intentar desacreditarla, poniendo en duda su capacidad. La exjueza va a intentar llevar a cabo sus propuestas sin salirse en ningún momento de los cauces marcados por la ley vigente. Una táctica que puede llamarse de muchas formas, pero, por supuesto no sería posible calificar como ‘antisistema’.
Por eso quiere revertir en los tribunales las operaciones de venta de viviendas sociales a fondos buitres que realizó el equipo de gobierno anterior que comandaba Ana Botella. O ha iniciado su búsqueda de una solución al problema de los desahucios, reuniéndose con los responsables de las principales entidades financieras y ha querido dejar claro que las ‘okupaciones’ son ilegales y que es necesario respetar los derechos de los propietarios de los inmuebles a la hora de buscar soluciones al drama social que supone la pérdida de la vivienda.
Y si en los próximos días los resultados de estas gestiones empiezan a ser perceptibles, será verdaderamente complicado para los críticos mantener la tensión y la crispación a base de montar incendios en las redes sociales y las pantallas de plasma. Pero el cambio tiene que materializarse y traducirse en mejoras para la vida cotidiana de los ciudadanos y verdaderas soluciones a los problemas con los que se enfrentan. Esa es la única demostración verdadera de que hay una nueva política y de que es mejor que la anterior. Los gestores que ya están en el poder tienen cuatro años por delante para demostrarlo y esa tiene que ser su tarea prioritaria. Aunque los partidos que les apoyan tengan forzosamente que preocuparse también por otras cosas.
Podemos afronta estos meses, este tiempo que queda hasta las elecciones generales con una estrategia de movilización casi permanente. Una fórmula con la que mantener la presencia del partido en la mareas y movilizaciones sociales de las que se ha alimentado que ilustra a la perfección el proyecto de la Ruta del Cambio en el que se ha embarcado el líder morado, Pablo Iglesias, las convocatorias de nuevas asambleas ciudadanas y foros de debate y la presencia de los nuevos cargos institucionales recién elegidos en las reuniones de los círculos. Sobre todo en las que se convocan en las áreas sobre las que han adquirido potestad gracias al resultado de las elecciones recientes.
Se trata de adoptar un acercamiento casi británico a la manera de hacer política, en el que el contacto con el elector, o con la gente como dirían los líderes ‘podemitas’ sea muy directo porque el hecho de que los representantes políticos empiecen a ser visibles y accesibles ya es bastante revolucionario en un país donde, durante muchos años, la lejanía entre ambos mundo era abismal.
Así que esa especie de campaña ‘permanente’ es otro gesto más, otra forma de materializar de un modo directo ese nuevo estilo de hacer política del que tanto se habla últimamente. Pero, como decía antes, por mucho que cambien las formas, lo más importante debe seguir siendo el fondo. Y sí Podemos se olvida de esta sencilla cuestión y pierde el norte corre el riesgo de convertirse en otra oportunidad perdida. Crucemos los dedos.
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