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De la poltrona a la celda

Matas cambiará las poltronas que ha venido ocupando por una celda en la prisión de Segovia por poco tiempo. Ver a un antiguo ministro entrar por la puerta de la cárcel maleta en ristre y la cabeza baja para quedarse a la sombra una temporada no es frecuente pero es aleccionador y sería bueno que disuasor. Estos días hemos visto a Jaume Matas, ex del Gobierno de José María Aznar y durante muchos años cacique sin freno en Baleares donde se hizo visitante habitual de juzgados y audiencias por los que desde entonces ha venido desfilando en dedicación exclusiva.

Matas cambiará las poltronas que ha venido ocupando por una celda en la prisión de Segovia por poco tiempo. De momento tiene una condena de nueva meses, que no es mucho, sólo lo suficiente para comprobar lo duro que debe ser estar en chirona, sin más horizonte paisajístico que unos muros impenetrables rematados por alambradas ni otra compañía que la de un grupo de delincuentes de diferente calaña, algunos con la mala leche impregnada en el rostro.

Pero sólo de momento, porque aún tiene varias cuestiones pendientes de juicio y nada sería de extrañar que en una de estas tenga que volver más adelante a ocupar la plaza carcelaria de la que acaba de enseñorearse. La corrupción política, de la que es una muestra muy evidente, tiene estas consecuencias. Proporciona beneficios al principio pero crea muchos sinsabores después, cuando empiezan a aparecer grietas en la tapadera, la prensa sospecha, la policía interviene y los jueces imputan.

La entrada de Matas en la cárcel recuerda que ya son muchos los políticos presos por apropiarse del dinero de todos. Y son muchos más los que tendrán que acabar entrando conforme se vayan resolviendo las decenas y decenas de procesos judiciales que están abiertos en espera de sentencia. En estos últimos tiempos la corrupción se ha desbordado y son muchos los candidatos a pagar ejemplarmente por ello. No todos, por desgracia, porque es bastante evidente que todavía no están todos los que son. Quizás falten muchos.

La imagen de Matas cambiando el sol mediterráneo de su tierra, donde disfrutaba de lujo y confort mallorquín para preparar la piel para el crudo invierno segoviano, debería disuadir muchas vocaciones de enriquecimiento ilícito. Pero no será fácil que lo consiga. La tentación es grande y la carne, débil. La imagen de un país de gente honrada, desde la política para abajo, cada vez se difumina más en un ambiente en el que se impone el “enriquézcase quien pueda, tonto el último”.

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De la poltrona a la celda

Diego Carcedo

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