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Malos augurios, buenos principios

Pocas veces, si es que hubo alguna, nació un Gobierno con tan malos augurios y al mismo tiempo tan buenos principios. La composición del Gabinete con que ha sorprendido Pedro Sánchez ha sido recibida con satisfacción. Casi podría decirse que con euforia. No es habitual. A muchos aún nos cuesta analizarlo. Puestos a buscar razones a esta reacción tan generalizada me atrevo a apuntar dos. Por supuesto que los nombres de los nuevos ministros, sus currículos y su prestigio, lo explican por si solos. Todos son personas valiosas en sus actividades anteriores, públicas o privadas, y todos aparecen adornadas con el marchamo de una conducta impecable. Y todos han sumido sus nombramientos con una normalidad admirable.

Esto, en tiempos de corrupción, juicios, condenas y encarcelamientos a destajo es muy importante. Pero aparte del mérito de la elección, también hay que reconocer que quien más quien menos, incluidos militantes y votantes del Partido Popular, todos los españoles estaban muy hartos del anterior Gobierno y particularmente de su presidente, Mariano Rajoy, el hombre que durante seis años largos no hizo nada destacable salvo seguir en posición de firmes las órdenes de Angela Merkel, de someter al país a una cura de austeridad brutal, y mientras tanto, hacer la vista gorda ante los escándalos de corrupción que estremecían a la sociedad y, lo habitual, culpar a la herencia recibida.

La actitud “tancredista” de dejar pasar el peligro, de limitarse a esperar a que el tiempo arreglase las cosas, convirtió la etapa de Rajoy en unos años de estancamiento cuando no de retroceso en todos los ámbitos, en una parada en seco de la modernización emprendida durante la Transición, y en dejar que los problemas, empezando por el conflicto catalán, se eternizasen. Muchas personas, hartas de ver pasar los años con semejante cerrazón de miras, se habían contagiado de su impasibilidad. Criticaban, desde luego, pero si algo había conseguido semejante política era la de asustar con un futuro catastrofista ante la alarma que causaban las alternativas populista e independentista si llegaban a tocar poder.

No fueron los políticos los que sacaron al país del impase. Fueron los jueces con sus sentencias los que despertaron, quizás sin proponérselo, la conciencia de que se imponía un cambio. Pedro Sánchez, cuya trayectoria al frente del PSOE estaba siendo dubitativa, reaccionó con sensibilidad democrática y profesionalidad política. La moción de censura que en unas horas cambió la situación sembró de partida muchas dudas y las multiplicó cuando, contra todo pronóstico, salió triunfante. Entonces el catastrofismo de los derrotados alcanzó niveles dramáticos; escuchando a los gobernantes salientes, muchos españoles no durmieron aquella noche. Pero el segundo milagro fue conseguir en menos de una semana revertir la imagen dela situación, formar un Gobierno solvente y convertir los pésimos augurios en ilusiones que la sociedad tenía dormidas.

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Malos augurios, buenos principios

Diego Carcedo

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