Nicolás Maduro, presidente de la República Bolivariana de Venezuela
Nadie le atribuye al dictador venezolano muchas luces políticas pero las que tiene Nicolás Maduro hay que reconocer que las apura muy bien.
Empezó recurriendo a mensajes místicos de su predecesor y padrino, Hugo Chávez, que se le aparecía por las noches para susurrarle mensajes, hasta que la gente se dio cuenta de que del paraíso del mítico golpista y populista bolivariano no llegaban elementos materiales suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Si acaso, mayor impunidad para que los asesinos y ladrones impusieran su Ley, para que el bolívar se devaluase hasta la condición de papel mojado y para que las libertades democráticas empezasen a convertirse en historia.
Entonces el dictadorzuelo caribeño de aspecto bronco y sus adláteres falsificaron a su manera los votos de las elecciones, minimizaron el descalabro ante las urnas pero aun así el Gobierno se quedó en minoría ante un Parlamento dominado por la oposición que enseguida entró en conflicto con las pretensiones revolucionarias del Régimen. Maduro no regateó métodos ni medios para meter a los diputados díscolos en cintura. Los hizo seguir, amenazar y perseguir. Se habían convertido en un incordio para él poder seguir haciendo lo que le venía en gana, empezando por dilapidar el dinero público exportando ideas revolucionarias o llenando sus propios bolsillos.
Hace tiempo que nadie apuesta ni un céntimo por su futuro ni el de su Gobierno pero él, que nunca había soñado llegar tan lejos, resiste como gato panza arriba. La Constitución que heredó, hecha en su momento ya a su medida, no le sirve y se la salta como una niña jugando a la comba. Unas semanas atrás ensayó una modalidad nueva de golpe de Estado, el autogolpe sin necesidad de molestar en su siesta a los militares narcotizados. Nombró a un Tribunal Supremo entre sus amiguetes e inmediatamente la nueva Corte Suprema de Justicia tomó la inimaginable iniciativa de sustraerle las funciones al Parlamento elegido por la mayoría de los venezolanos y ponerse a legislar por su cuenta y a voluntad de Maduro.
Aquella idea perversa chirríaba demasiado, la comunidad internacional, empezando por la Organización de Estados Americanos puso el grito en el cielo, amenazó con expulsar a Venezuela, uno de sus creadores, y el Gobierno que Maduro encabeza se acojonó y no tuvo otra opción que recular. Recular pero no rendirse, ¡qué va! Se ve que sus cerebros de cabecera se pusieron a pensar y ya han encontrado la alternativa: Se creará desde el poder una Asamblea Constituyente, cuyos miembros serán elegidos a dedo, y redactará una Constitución contra el reloj. Tendrán como modelo la que existe en Cuba ahora que en Cuba empieza a quedarse obsoleta.
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