La Habana
¿Y cómo hacerlo? es la pregunta que requiere una metódica que está por llegar y de la que se carece de una experiencia anterior adecuada y convincente, despojada de prejuicios de los participantes si queremos honrar esa vieja máxima de que “hablando se entiende la gente”.
Hay que reconocer que la iglesia católica está más aventajada en esos menesteres que los propios comunistas. En cada barrio, uno o más templos con un cura y un confesionario donde el padre se entera de todo o casi todo. Y si luego, tras el respeto al secreto de confesión, cada cura acude a un ordenador, en menos de 24 horas la jerarquía eclesiástica conoce el pensar de mucha gente, y cuidado que si se lo proponen no le informen del estado y situación al mismísimo Papa Francisco. Parece que ya lo hicieron y el argentino nos convocó a rezarle a la Santa Patrona, la de El Cobre.
Negar que en Cuba hay descontento es como para correr en extrema urgencia ante un oftalmólogo que no dudará un instante en diagnosticar una peligrosa e irreversible ceguera clínica, social y política.
A mi juicio, y no es la primera vez que lo sostengo, hay descontento con la revolución y en contra de ella. Dos categorías bien diferentes que merecen ser escuchadas en el ejercicio de la más amplia voluntad democrática porque en alguna que otra ocasión ha sido el propio enemigo o adversario quien dice dónde están los errores, mientras otros temerosos a las verdades, callan, aplauden y en gesto unánime votan a favor de lo que sea.
¿Por qué será que en no pocas ocasiones luego de un gran malestar popular, que puede ser pacífico o pasadito de tono según los aderezos locales o importados principalmente desde Miami o Washington, es que se toman algunas decisiones para atenuarlo y en el mejor de los casos, eliminarlo?
Pues porque a pesar de repetirse hasta el cansancio el aquello del oído en tierra no se acaba de dar curso como dios manda, a las opiniones de la ciudadanía, máxime cuando hay creadas unas cuantas vías para ello incluso dentro del propio partido comunista.
Lavando los trapos sucios en casa evitamos que desde Naciones Unidas, el vecino imperio, la lejana Europa, una remota y perdida isla en el Pacífico Sur, enviados secretos o palomas mensajeras nos digan lo que debemos hacer, de qué manera y en qué tiempo.
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