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La pandemia de coronavirus bajo la mirada de supervivientes de la Segunda Guerra Mundial

En vísperas del 75º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo está paralizado por la pandemia de Covid-19, que a menudo se describe como la peor crisis desde 1945, ¿pero es pertinente comparar estos dos hechos?

Personas de cinco países -Rusia, Israel, Reino Unido, Francia y Alemania- que sobrevivieron a la guerra dieron a la AFP su opinión sobre estas dos épocas particulares pero no necesariamente comparables.

Joan Hall, 95 años, Reino Unido: el regreso del «espíritu de comunidad»

«Durante la guerra podíamos salir a tomar una copa o a cenar. Este virus te obliga a quedarte en casa. En lo que a mí concierne, ¡prefería los años de guerra a este virus!», dice Joan Hall.

Hall vivió la guerra de 1939-1945 en Birmingham, en Reino Unido. A los 17 años se unió a la Women Royal Air Force (el sector femenino de la Fuerza Aérea), en la que estuvo durante cuatro años, principalmente trabajando en la cafetería de los oficiales.

«Todo el mundo era muy amable, éramos un equipo. Ahora, me parece que este virus está uniendo nuevamente a la gente», estima esta mujer de 95 años que vive sola en una casa en Fairford, a 50 kilómetros de Oxford.

«Ahora los vecinos vienen, tocan a mi puerta y me preguntan si necesito algo. Hay un nuevo espíritu de comunidad», estima esta mujer, que pasa sus días ocupándose de su jardín o hablando por teléfono con sus amigos.

¿Una vez que se termine la pandemia, podremos vivir como antes? Su experiencia de la posguerra le hace pensar que sí.

«Poco a poco las cosas vuelven a la normalidad».

Robert Wolff, 94 años, Israel: «Una comparación idiota»

Para Robert Wolff, un judío de 94 años, no se puede comparar el coronavirus con la guerra.

«Es una comparación idiota. En esa época nos moríamos de hambre, era la miseria total. Se deportó a judíos hasta la víspera de la liberación. ¿Cómo comparar?», dice indignado este hombre que vive en Jerusalén con su esposa y su hija.

Hoy «tenemos libros y la televisión, no puedo quejarme», añade.

Durante la guerra, Wolff se refugió en Limoges, en el centro de Francia, con sus padres y sus dos hermanas, antes de unirse a los 17 años a la resistencia. Fue detenido por las SS pero logró escapar.

Después de la guerra trabajó para el ejército estadounidense reparando radios. Un período de felicidad, cuenta, pero aún así difícil, sobre todo por los racionamientos y la atmósfera sombría.

«Recuerdo haber visto el salvajismo de la gente cuando los colaboracionistas eran buscados y a veces linchados sin juicio».

Elena Mironova, 92 años, Rusia: «Una devastación incomparable»

Viuda desde hace dos años, Elena Mironova está confinada desde hace un mes en su apartamento en Moscú. Habla todos los días por teléfono con sus dos hijas y sus nietos.

Para esta mujer, no se puede comparar los dos eventos.

«La URSS perdió durante la guerra más de 28 millones de personas y la devastación económica es también incomparable con la provocada por la pandemia», estima la anciana de 92 años.

Al final de la guerra, apenas mayor de edad y casada con Viktor, un joven soldado, Elena ocupaba un apartamento comunitario en Leningrado (San Petersburgo).

«El primer invierno después de la guerra no teníamos suficiente queroseno y a veces sólo nos quedaba un poco de harina y aceite de girasol para una semana. Pasaba mi tiempo haciendo filas», cuenta.

Pero también recuerda momentos más alegres como las visitas a museos, cines y teatros.

«Fue en la ópera donde descubrimos la ropa elegante que la gente por lo general no conocía, como un vestido rojo con la espalda descubierta, traído de Europa por el Ejército Rojo, que nunca olvidaré», dice.

Después de mudarse a Moscú en 1947, donde se convirtió en operadora telefónica, la reactivación de la economía fue lenta.

Para ella, el momento que más le marco de esa época fue la reapertura de GOUM, una elegante tienda de la capital rusa.

«Fue después de la muerte de Stalin a finales de 1953, era una nueva era», señala.

Gabrielle Magnol, 93 años, Francia: «Teníamos miedo por nuestras vidas y nos moríamos de hambre»

Gabrielle Magnol, de 93 años, pasa la cuarentena en su casa en Saint-Pardoux-la-Rivière, en la región de Aquitania (centro-oeste).

«Gaby» recuerda las «noches de júbilo» tras la liberación.

«Estábamos locos de alegría. Pudimos ir a bailar. A los 17 años, era todo lo que soñábamos. Bailé tres noches seguidas, gasté las suelas de tres pares de zapatos», dice.

Pero esa época feliz duró poco y después llegaron los cupones de racionamiento de comida.

«No era fácil, teníamos derecho a x gramos de mantequilla y x gramos de azúcar en las tiendas».

«No puedes vivir de azúcar y grasa, no había casi nada en las tiendas de ropa y zapatos», añade.

«En este momento, la gente se precipita a las tiendas pensando que no van a conseguir nada al día siguiente. Pero nosotros sí vivimos verdaderas penurias».

Ahora en una silla de ruedas, la expeluquera confiesa tener miedo del virus, pero se niega a comparar a esa amenaza con la de la guerra.

«La ocupación y el encierro no tienen nada que ver: ¡temíamos por nuestra vida y nos moríamos de hambre!».

Lutz Rackow, 88 años, Alemania: «Una situación privilegiada»

A sus 88 años, Lutz Rackow todavía vive en la casa de Berlín en la que vivió durante la Segunda Guerra Mundial.

Y para él, la atmósfera de ansiedad de esta época no es comparable a los largos y difíciles años de la posguerra.

«No veo la relación. Es sólo otra complicada situación internacional», estima.

En 1945, vivimos «una situación de emergencia total». «Nuestra única preocupación era tener qué comer», recuerda el anciano, que recibía una comida al día en la escuela.

«No teníamos calefacción y hubo dos inviernos terribles».

En los años 50 trabajó en un diario y recuerda el siniestro camino que debía tomar para ir a trabajar. «Había quizás tres casas en pie en el camino. Todo lo demás estaba completamente destruido».

Ahora, pese al confinamiento, está feliz de poder disfrutar con su esposa de su jardín, al borde del lago Mueggelsee, y confía en que sus dos hijas podrán conservar sus trabajos.

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E.B.

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