Puente Morandi
Hay quien dice que es la maldición de agosto. Y la verdad es que no hay verano sin catástrofe para empañarlo. Este año le ha tocado a Génova, una ciudad italiana que en los últimos tiempos ha puesto de moda el turismo cultural. Las primeras imágenes del desastre son escalofriantes. El conocido popularmente como viaducto Morandi, sobre la autovía A10, de La Polcervera, ha cedido y dejado en un vacío de 50 metros a decenas de vehículos.
Otros veranos la desgracia nos cayó a los españoles, una vez en Angrois (Santiago de Compostela) y, más recientemente, el viernes hará un año, en Barcelona donde un atentado terrorista se saldó con dieciséis muertos y numerosos heridos. De la catástrofe de Génova todavía no se conocen cifras precisas; en principio se reconocen alrededor de 30 muertos, pero otras primeras estimaciones hablan de más.
Cuando en 1967 el presidente de la República, Giuseppe Saragat inauguró la obra, cuya costosa construcción había demorado 4 años en medio de cierta controversia. Algunos expertos y medios ya entonces consideraron que se trataba de una obra deficiente y fruto de corruptelas. Hace apenas dos años, otros técnicos alertaron de que el viaducto tenía fallos de infraestructura de origen y que mantenerlo abierto era peligroso.
Hace algunos años visioné en los Estados Unidos las imágenes captadas por una cámara en directo de una catástrofe similar. Resultaba estremecedor ver cómo los coches se acercaban a toda velocidad al punto de inflexión del puente, como seguían unos metros volando en el vació hasta acabar estrellándose al fondo contra los que les habían precedido con los pasajeros dentro. Resultaba estremecedor.
Las imágenes muy similares de Bolonia, trufadas de gritos pidiendo auxilio, están de nuevo hoy en las televisiones. La autopista de Polcervera siempre está muy transitada pero especialmente en esta ápoca del año en que es vía obligada para muchos desplazamientos turísticos. Las primeras explicaciones culpan al calor y a la dilatación de las juntas algo que ocurre, efectivamente, pero quienes elaboran los proyectos no pueden por menos de tener en cuenta.
Hace todavía pocas horas de otra catástrofe más próxima, y potencialmente también muy grave, el hundimiento del puerto de Vigo, que pudo haber costado también decenas de víctimas mortales. Como es frecuente en estas situaciones, nadie quiere asumir la culpa, aunque culpables suele haber: unas veces por negligencia en la construcción o abandono en la conservación. Quizás en estos casos nada tenga que ver, pero tampoco hay que olvidar que la austeridad ha sido funesta para el estado de las infraestructuras.
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La catástrofe del verano
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