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Los analistas acusan a Alemania de haber hecho fracasar el Fondo de Rescate del euro

Hubo un Silvio roquero, (Silvio Fernández Melgarejo), que fue un músico peculiar en la transición andaluza. Silvio era sevillano, fumador y bebedor; y también muy vividor. Por eso me cuesta trabajo llamarle “Silvio” al primer ministro italiano porque ese nombre se lo tengo reservado a mejores recuerdos.

A Berlusconi nunca le pondrán una calle en el barrio de Los Remedios, ni llegará a tocar con Raimundo Amador, ni con los Sacramento. Berlusconi es personaje de Zarzuela, no tiene la categoría del rock, no puede dar otro registro que el de ser chico del coro de Mammachicho. De ahí su tendencia al espectáculo aunque sea dantesco, y por eso se descuelga con declaraciones absurdas y con separaciones canallas. Lo último es que ha empatado con una chica de dieciocho años, (tiene dos más de los que Aido dice que hacen falta para operarse “las tetas”). Se ha enamorado de la chiquilla y a partir de ahora todas las mañanas canta en la ducha con el ímpetu de un gondolero veneciano.

En Italia el divorcio de los Berlusconi se vive como el que asiste al culebrón de las cuatro de la tarde, están todos los elementos: dinero, poder, belleza, pasión y venganza. Pero están mal mezclados porque lo que Berlusconi se gasta en cremas no lo invierte en guionistas, de ahí el desastre.

Lejos de arrepentirse dice que está seguro de no haber metido la pata. Por supuesto, lo que ha metido es el pito.

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