Personalmente, lo tomo como una invitación al mismísimo infierno. Lo menos que se me ocurre, por educación, es darle las gracias para agregar a continuación que conmigo no cuenten ni de gratis.
Desierto de Ogadén, Etiopía. Guerra contra Somalia en 1977-1978. Centenares de cubanos sobre las armas. Una pequeña cantimplora de agua cada 24 horas. Días en extremo calurosos y noches tan heladas que rápidamente te cuartean y hacen sangrar los labios. Alimentación pésima, con pastas hervidas sin condimento alguno. Tensiones a cada instante. Dormir desnudos dentro de unos bolsos ingleses porque en las costuras de la ropa se te introducen unos minúsculos vampiros que los nativos llaman “igyirus” que te roban la sangre e imposibilitan el sueño.
Hienas hambrientas que merodean el emplazamiento en busca de comida sin imaginarse la existencia de hombres dispuestos a comérselas. Galápagos centenarios que te observan con parsimonia para proseguir el lento andar cuando cesa la metralla. Olores contaminantes a sangre y muerte. Explosiones que retumban en los oídos más allá de lo humanamente permisible. Sueños despiertos en qué vas a hacer con tu vida si logras salir ileso del bélico episodio…
No, Tripadvisor, no voy en esa. Paso, como en el dominó. Si alguien va al Ogadén, que lleve consigo una rosa en mi nombre y haga el favor de lanzarla sin protocolos al desierto.
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Escapadas al desierto
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