Una mujer posa en una gasolinera de La Habana
Hace poco, un colega extranjero me resumió en ocho palabras una cita para reflexionar: “En Cuba, lo fácil se convierte en difícil”.
Y hay que advertir de inmediato, antes de que aparezca un temerario samurai dispuesto a cortarte la cabeza de un solo golpe que, a pesar de los pesares, el carácter del cubano sigue siendo uno de los atractivos y activos fundamentales de la isla, aspecto que tal parece no han advertido del todo nuestras autoridades turísticas y otras por el estilo.
Respeto mucho las decisiones y formas de las personas. Creo que cada cual tiene su propio sello siempre que no se pase de esa controvertida frontera de lo normal.
Siguen las fiestas de las quinceañeras sorteando las tantas dificultades con que vivimos. Hermosa tradición de la que forma parte el álbum fotográfico con paisajes naturales, monumentos o montajes con la muchachita bajo la Torre Eiffel, La Gran Muralla o recostada algo atrevida a una pirámide egipcia.
¿Pero en una gasolinera, carente de belleza alguna y centro de jornadas maratónicas en busca de combustible?
Es como para visitar a un psiquiatra con el ruego de que intente explicarte qué está pasando que tu no te enteras.
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