Capitolio de La Habana
Un muñeco, damas y caballeros, compañeras y compañeros, sin pies ni cabeza destinado, de momento, a hacerle más difícil el día a día a la gente común, pese a esa advertencia gubernamental que eso de vender en moneda fuerte o cobrar servicios en esa modalidad, no lo puede hacer cualquiera.
Los extremos para incomodar y molestar no tienen límites. Una simple pila o batería para un reloj requiere, en Coral Negro, de la corporación Cimex, una tarjeta en MLC. Lo fácil, ponerlo difícil, cuando el sentido común indica que pueden admitir ambas monedas y no contribuir más al desprestigio del peso cubano y a quienes viven de ese salario.
Y si por esas cosas de la vida tienes oportunidad-facilidad de tomar un avión y ser invitado por un pariente en el exterior para quitarte de encima algo de estrés, en el aeropuerto, en la sala de espera, el consumo tendrás que abonarlo en euros o dólares canadienses, pero nunca jamás en tu moneda, acción inaudita en ningún lugar de este mundo que no hace más que confirmar que somos únicos en el universo.
Desde el muy modesto, pulcro y elegante aeropuerto de La Aurora, en Ciudad Guatemala, hasta el glamoroso y concurrido Charles de Gaulle, en París; el tan codiciado Barajas, en Madrid o en el Bujumbura, de Burundi, no se aprecian rarezas de este tipo. Y no por un bloqueo imperial.
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