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¿De qué familia estamos hablando?

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A otros octogenarios como él, tales anuncios robóticos, dichos con la mejor intención del mundo, los tienen sin reparos ni logran en los más mínimo alterarle el ánimo. Algunos allegados al personaje diagnostican que son reacciones propias de la vejez cuando a esas edades el hombre o la mujer se tornan más caprichosos y de variable carácter. También más susceptibles y nostálgicos.

Son los momentos del recuento de errores, desaciertos y buenas decisiones a lo largo de la existencia, sin otro tribunal de por medio que uno mismo como fiscal, abogado defensor y miembro de la sala.

¿Y qué tanto molesta al amigo Porfirio? Pues que le anuncien bendiciones, salud, bienestar, prosperidad y mejores días a la familia.

En cualquier rincón de este mundo eso se agradece, pero en Cuba tiene una significación muy particular porque son demasiados los ancianos que están solos. Tienen familia, pero tan distante como inalcanzables por política, economía y condiciones humanas de por medio.

Como reza el dicho español, “más solo que la una”. Son él y su compañera en la última jornada en el mundo de los vivos. Sin hijos, ni nietos, ni sobrinos, ni hermanos, ni primos al alcance la mano. Todos, regados por los siete continentes.

Por esos motivos y otros tantos más, le saludo tibiamente y me confiesa al oído:

-Yo no tengo familia. A santo de qué carajo viene tanto recordatorio de alabanzas y preguntas por la familia.

-Que Dios te bendiga, Porfi. Feliz año.

-Vete a la mierda -me dice con un simulacro de sonrisa mal ensayada.

Amargado el Porfirio ¿Con qué consigna, sugerencia psicológica u oración celestial endulzarlo?

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