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Psychic

Portada del disco de Darkside Psychic

Darkside Nicholas Jaar, el 50% de Darkside, corría un peligro serio de convertirse en uno de esos músicos electrónicos de corte intelectual que aburren hasta a las ovejas. O lo que es peor, tal vez estuviera a punto de mutar en superestrella de la música ‘ambient’ y enganchar al público que se ha quedado huérfano de grandes montajes de sintetizadores ampulosos y grandilocuentes desde que Jean Michel Jarré se prejubiló.

Afortunadamente, el espectro del mejor J.J. Cale le ha rescatado de un destino incierto, quizá gracias a las vitaminas guitarrísticas que su colega Dave Harrington inyecta en la mezcla que ambos han elaborado en ‘Psychic’, el primer lp que perpetran juntos y que, ya antes de que saliera a la venta hace unos días, se perfila como uno de los grandes discos del año.

Es lógico que el inicio, sedoso y gélido, de esta colección de ocho canciones, que recuerda a los delirios más extraviados de la ‘no siempre’ genial Bjork, haga que algunos atemorizados oyentes se teman lo peor. Por suerte, no pasa mucho tiempo, hasta que la entrada en escena de unos ritmos contundentes, anclados en el medio tiempo y salidos de la imaginaria cajun de algún porche remoto, nos introduce en un paisaje distinto y, quizá ¿agradable?

Hay melodía y hay canciones, en estos delirios entonados con voz cavernosa, gracias a un curioso tratamiento eléctrico, que supera los tonos lastimeros iniciales, para convertirse en un zumbido agradable que acompaña la interesante sesión que conforma el soporte armónico del conjunto.

Además, quizá contra todo pronóstico, no resulta difícil sumergirse en las oleadas sonoras y envolventes que aportan los teclados, quizá, en ocasiones, demasiado ampulosas para según que gustos. Eso sí, esta música necesita tiempo. Y no es precisamente la mejor compañía posible para conducir en una tarde de verano.

Se trata, como muchos de los discos más interesantes que han aparecido en los últimos meses, de una lectura asequible del lado más oscuro de los sonidos electrónicos. Nadie va a poder bailar demasiado, o demasiado frenéticamente, con este ‘Psychic’ que, sin embargo, puede encontrarse con adeptos en las persistentes filas de los amantes del viejo rock sinfónico de los setenta.

Hay también, como no, algo de rock alemán, por la vía de los ahora omnipresentes Can, y algo de las influencias clásicas de Jaar como el latido de los ‘beats’ más reconocibles del mago Richie Hawtin. Y una curiosa sensación de libertad que quizá se deba al éxito alcanzado por este particular dj con sus famosas remezclas de algunos trabajos de Daft Punk que han contribuido a situarle en la cresta de la ola.

Aun así, a quien esto escribe, le interesa más el asunto, mientras más protagonismo cobra la imaginativa guitarra de Harrington. Un toque limpio, con buen vibrato, deudor, a la vez, del ya mencionado JJ Cale y de clásicos de la ‘palanca de trémolo’ como Dick Dale o Link Wray. Sonidos, a veces cristalinos, como los del David Gilmour más clásico, o el Richard Thompson de Fairport Convention, que se convierten en una luz, tenue como una antorcha a punto de consumirse, que alumbra las oscuras estructuras electrónicas que dominan esta oferta musical.

Así que, mejor ‘Paper Trails’ que ‘Golden Arrow’, por ejemplo, a la hora de elegir una canción que pueda servir como descripción aproximada de lo que uno puede encontrar más nutritivo en este ‘Psychic’. Un disco que quizá no sea la obra maestra definitiva de los nuevos tiempos, como algunos críticos sajones parecen creer, pero que, sin duda, va a marcar un antes y un después en el advenimiento de una nueva música electrónica fusionada con las texturas del rock más exquisito y clásico.

Y un consejo final. Háganse con él ahora, antes de que los múltiples imitadores que van a surgir hasta debajo de las piedras y, sobre todo, en las bandas sonoras de los anuncios publicitarios de marcas de ropa cara con modelos resplandecientes, contribuyan a que el público, en general, se olvide de aquello tan necesario, en todos los casos, de no perder de vista el origen de los desastres estéticos que nos suelen golpear. A veces, sólo a veces, los principios sí merecieron la pena.

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