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Bon Iver busca el corazón de las máquinas en ‘22, A Million’

El artista de Wisconsin publica su tercer disco tras un largo paréntesis y se suma a la tendencia electrónica imperante. Es incuestionable: Justin Vernon, alias Bon Iver, tiene a la crítica moderna bajo su pulgar desde hace unos cuantos años, de modo que no resulta nada raro que la aparición de su tercer disco largo, este ‘22, A Million’ del que nos ocupamos hoy haya sido recibido como todo un acontecimiento por los ‘plumillas’ de medio mundo, incluyéndome a mí que tengo bastante poco de moderno, pero bastante mucho de curioso.
 
 
Y hay hermosos textos hagiográficos de los activistas convencidos que, indudablemente, despiertan el apetito de cualquiera, gracias a la belleza de las descripciones sesudas y bien adjetivadas que algunos escribientes muy capaces y muy leídos usan para acercar a su docto público el color y el sabor de los sonidos. Claro que, en este caso, es probable que sus lectores sean tan entendidos y estén tan metidos en harina como ellos mismos.
 

 
Valga como ejemplo, esta maravillosa invención de Amanda Petrusich, la crítica de Pitchfork que describe el contenido de este nuevo álbum de Bon Iver como un conjunto de “canciones oscilantes y esquemáticas que luchan contra sus trayectorias conocidas y luego se desvanecen”, o algo así. Y que luego por supuesto, le pone un sobresaliente de nota y le coloca sobre la caratula la etiqueta de ‘Best New Music’, destinada a abrirle todas las puertas del paraíso.
 
 
Y no seré yo quien contradiga ni a la señora, o señorita, Petrusich ni a los tropecientos entendidos más que han llenado páginas y páginas con elogios desmedidos por todo el universo conocido para encumbrar a Bon Iver a los altares. Son demasiados y, por lo tanto, mi terror hacia esa maldita apisonadora que impone el pensamiento único en cualquier materia me hace acercarme con miedo a esta obra supuestamente superlativa.
 
 
Sin embargo, lo cierto es que este Vernon sabe hacer canciones, como ha demostrado anteriormente. Y que las canciones siguen siendo la base de su oferta musical, por mucho que ahora en lugar de acompañarse con una guitarra acústica prefiera vestirlas con colorines electrónicos, usando un ‘software’ de elaboración propia que ha inventado en colaboración con el ingeniero de sonido de sus discos, que es un tal Chris Messina.
 
 
Debe haber sentido envidia de su buen amigo James Blake, otra alma doliente que calma sus penas con pócimas de electrónica sonora, o cierta necesidad de subirse al carro del Autotune, tan de moda, y sobre el que ya transitan cómodamente ‘genieciellos’ como Frank Ocean. Por suerte para todos, sin embargo, Vernon es más modesto y no se ha marcado una biblia interminable con intenciones de convertirse en su obra magna.
 
 
Al contrario, lo nuevo de Bon Iver, es un disco accesible con sólo diez canciones repartidas en 34 minutos. Una distancia media interesante porque no cansa y contribuye a que la tarea de escucharlo no sea más propia de un trabajo de Hércules que otra cosa. Y hay algún otro punto a su favor como, por ejemplo, que no he sufrido una sobredosis de ruiditos, aunque sí que me hayan sobrado algunos.
 
 
Por ejemplo, esos coros más propios de un disco de los Pitufos que otra cosa que mezclados con su constante falsete, pero en algunos momentos, los mejores, como el que me aporta, a pesar de todo en ‘33 GOD’, mi canción favorita del disco por el momento, me evoca una clase y una elegancia olvidadas que no había vuelto a escuchar desde el primer disco en solitario de Peter Gabriel, publicado en la década de los setenta del pasado siglo.
 
 
Así que sí, amigos. Aunque me pese, y me pesa, en este disco ‘multialabado’ y tan de moda hay momentos muy brillantes, de esos que le hacen luego a uno lamentar que la tónica general sea más plomiza de lo que le hubiera gustado. Quizá sea que, a mi edad, ya no estoy preparado para entender por completo las claves de la música de este siglo ni para disfrutarla por completo.
 

 
Puede que sea eso, o puede que no, porque en los ochenta tampoco soportaba los pantalones de pinzas, los pelos cardados de los grupos heavys de California o la omnipresente ‘reverb’.  Así que este disco me gusta más en esos momentos en que resulta más fácil conectar con el alma pop de Vernon, en su segunda parte, con medios tiempos más suaves y canciones de acabado más ‘antiguo’.
 
 
En esa recta final que se pasea por todas las estaciones conocidas de la línea de la melancolía con ‘temazos’ como el baladón ‘29 #Strafford APTS’ que me enganchan de verdad y me hacen lamentar el tiempo perdido por el artista entre maquinistas y videojuegos. Sobre todo, porque, cuando rebaja la dependencia, los toques electrónicos sí que, en mi opinión, suman más que restan.
 
 
Así que, entre unas cosas y otras, al final uno descubre que no ha perdido el tiempo del todo al dedicárselo a escuchar varias veces con atención esta nueva propuesta de Vernon. Puede que Bon Iver no sea exactamente un santo de mi devoción, pero hay una calidad evidente en buena parte de su trabajo. Y quizá no sea del todo culpable de esa saturación de electrónica que empieza a detectarse en el mercado, puesto que fue uno de los primeros en disfrazar su voz.
 
 
Lo que no me parece, sin embargo, un rastro de genialidad indiscutible es el hecho de que, como tropecientos mil artistas de pop antes que él haya prescindido de los estribillos. Eso, por sí mismo no indica nada, en mi opinión. Sobre todo, en un momento como este en que lo que resulta verdaderamente revolucionario quizá sea lo contrario, presentar una buena colección de canciones de corte clásico, de esas que conmueven los corazones y sanan las almas.
 
 
Sea como sea, es bastante probable que, en el futuro sea muy complicado entender la evolución de la música pop en estos últimos años sin tener en cuenta el trabajo de Bon Iver. El tipo es joven, tiene suerte, y puede permitirse el lujo de hacer unos cuantos intentos más hasta lograr una obra maestra. Puede que lo logre o puede que no. Pero sí parece estar en el camino correcto para conseguirlo, según lo veo yo. Aunque, de momento, en mi opinión, le faltan unos cuantos kilómetros para llegar a la meta. Y son los más duros, ya saben.

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Bon Iver busca el corazón de las máquinas en ‘22, A Million’

Rafael Alba

No fui fotógrafo de "Playboy", pero sí hice allí entrevistas y artículos. Escribí sobre música en "Diario 16", "Geo", "El Gran Musical", "ZZPOP", "Audioprofesional", "Sterofonía" y "Backstage". En "El Economista", "America Económica", "Cuba Económica" y "La Revista de la Bolsa" intenté aprender economía. En "El Boletín" me metí en política. Y ahora he vuelto a lo mío. Pero lo que más me gusta es tocar la guitarra, así que no es raro verme subido al escenario de algún club…con Las Dos en Punto, por ejemplo.

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