¿Hay alguien responsable?

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¿Hay alguien responsable?

Algunos organismos multilaterales como el FMI o la Comisión Europea actúan casi desde la impunidad, sin que nadie les pida cuentas por los errores cometidos. El pasado martes el Fondo Monetario Internacional (FMI) volvía a la carga, recetando un refuerzo en el ‘austericidio’ para España. De poco vale la evidencia de que la aplicación de sus consejos durante un lustro sólo ha servido para generar más de dos millones de parados y provocar unas contracciones en la economía cuya reparación aún no se vislumbra.

Evidentemente, esta última es sólo una más de sus prescripciones y tiene una característica común: si no funciona no pasa nada, que las sufran los ‘perjudicados’. Y sin protestar demasiado.

Esos dictámenes del FMI, junto con los de la ‘Troika’, las calificaciones de las agencias del ramo, incluso iniciativas emanadas desde la propia Comisión Europea que, hasta el momento, sólo han servido para complicar la situación, en el Viejo Continente en general, y especialmente en los países del sur, tienen como elemento común la ausencia rigurosa de responsabilidad por parte de quien emite el diagnóstico, aunque su aplicación escrupulosa, como suele hacer el Gobierno español, sólo contribuya a empeorar la situación de la economía.

Precisamente esa ausencia de responsabilidad es uno de los elementos que han definido, en mayor medida, el devenir de la economía y la política en los últimos tiempos. Probablemente todo empezó cuando la industria financiera se consolidó como el gran poder planetario.

No hay una fecha exacta, pero podríamos situar el momento en el nacimiento de este siglo XXI. Allí fue cuando la sociedad occidental en su conjunto terminó de aceptar, como algo natural, las insistentes demandas de los agentes financieros de quedar al margen de cualquier tipo de regulación por parte de los poderes públicos. De ahí en adelante los problemas se multiplicaron.

La cuestión está ahora en ver cómo se recupera la situación anterior. Bruselasha sido incapaz de establecer un calendario próximo y creíble, para fijar las fórmulas de supervisión de los mercados financieros y los bancos. Y, mientras tanto, precisamente como consecuencia de la actuación de esos agentes financieros, las ayudas al sector privado se multiplican transformándose por arte de magia en deuda pública, a la par que se advierte la importancia de que los estados la mantengan bajo control.

Al final, el ajuste, como ha sucedido en España, prácticamente queda limitado a los recortes sociales y salariales que, a su vez, terminan incidiendo negativamente en el consumo, estableciendo así el círculo infernal perfecto. Si estamos en un modelo de sociedad de consumo, es bastante difícil que esta pueda mantenerse cuando los consumidores cada vez son menos y tienen menos recursos.

Pero, desde el punto de vista político, lo que sí merece la pena comentar es que ningún gobierno ni institución ‘paragubernamental’ han levantado la voz para exigir responsabilidades a quienes enuncian este tipo de iniciativas.

Y, a su vez, esta inoperancia de los representantes de los ciudadanos es lo que ha provocado que las últimas elecciones europeas hayan presentado como balance un castigo contundente para lo que se considera Bruselas como referente central de las políticas comunes que, por lo visto, en los últimos tiempos se resumen en ‘austericidio’ y desempleo.

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