La crisis de la eurozona: sin final a la vista

Opinión

La crisis de la eurozona: sin final a la vista

La crisis periférica de la eurozona, que comenzó la pasada primavera con Grecia, ya se ha instalado en Irlanda y Portugal, pronto lo hará en España y posiblemente también en Italia, donde llegado el momento se pondrán a prueba los cimientos de la eurozona. A diferencia de lo que sucedió en 2009, cuando se observó una política global coordinada motivada por unos intereses alineados para lograr que la arquitectura financiera del globo siguiese funcionando, en 2010 asistimos a una reducción de esta coordinación en el contexto general, pero también dentro de la eurozona. Más políticas a escala nacional y menos coordinación han sido normas históricas de la Unión Europea (UE) en tiempos de recesión, y parece que se van a intensificar ahora que la crisis fiscal y económica que parece sepultar Europa es de una magnitud sin precedente. Esta postura se ha evidenciado recientemente en la propuesta alemana para que el sector privado comparta la responsabilidad en cualquier posible proceso de reestructuración soberana, y que contrasta con la retórica de la pasada primavera, cuando se decía que “ningún país de la eurozona quebrará”. Después de muchas décadas proveyendo fondos estructurales cohesionados, los países que forman el núcleo europeo se encuentran comprensiblemente reacios a continuar compartiendo las responsabilidades fiscales con los países periféricos. Por lo tanto, el surgimiento de más políticas nacionalistas en Europa será un rasgo del futuro y, como resultado, observaremos más políticas provocadas por la volatilidad de los mercados.

En el centro de la problemática se encuentra la opinión diferenciada de los países periféricos y los del núcleo. Los países periféricos enfatizan la visión de que la recesión ha sido cíclica, acentuada por una crisis financiera. Mientras que los países del núcleo enfatizan, a su vez, la palpable debilidad estructural del crecimiento económico de los países periféricos. El hecho, no obstante, es que el crecimiento económico de los países periféricos está basado un consumo doméstico facilitado por el crédito que ha resultado en la construcción de un déficit sin precedentes y unas responsabilidades externas colosales en Grecia, Portugal, España y, en menor medida, Irlanda e Italia, que los mercados no creen sostenible. Más allá de la consolidación financiera que ha sido requerida y que ya se está tratando de conseguir, los países periféricos necesitan recalibrar, de forma simultánea, sus economías hacia un modelo más sostenible –menos basado en el consumo interno y más en la demanda externa-. Para poder lograr este objetivo necesitarán implementar unas reformas estructurales mucho más ambiciosas que puedan impulsar de forma significativa su competitividad. Al mismo tiempo, necesitarán fortalecer su sector bancario interno considerablemente, forzando extensas recapitalizaciones en el sector privado, no sólo para cubrir las pérdidas en préstamos no reconocidas, sino también para asegurar que el sector bancario puede apoyar un crecimiento futuro.

Todas estas sugerencias serán difíciles de implementar en los países periféricos porque exigirán costes políticos y económicos para los intereses locales arraigados. El retraso continuado de implementar estos cambios conllevará un marco cada vez más complicado para eludir la recesión, especialmente en un escenario internacional avasallado.

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