Los políticos profesionales, una muralla contra el cambio

Detrás de la cortina

Los políticos profesionales, una muralla contra el cambio

Rafael Alba

Los aparatos de los viejos y los nuevos partidos se convierten en la armada que bloquea la indispensable renovación de la democracia. Puede parecer obvio, pero no lo es. O, por lo menos, no lo es para quien tenía que serlo, pero los hechos son tozudos y demuestran lo evidente una y otra vez que no habrá nueva política, ni nada que se le parezca, mientras se mantengan en sus puestos los viejos políticos. Los políticos profesionales, esos habitantes de los aparatos partidarios que se ganan la vida gracias a los cargos públicos o a las tareas internas que consiguen en función de su militancia y la fidelidad que han acreditado al líder de turno. Un colectivo cuya actividad resulta fundamental para entender los comportamientos más sorprendentes de los partidos tradicionales que pueblan el ecosistema democrático español y que apenas ha tardado unos meses en surgir y consolidarse en Podemos y Ciudadanos, las dos formaciones que, teóricamente, estaban llamadas a introducir los aires de cambio necesarios para regenerar el sistema.
 
La lucha interna que se ha desencadenado en el PSOE, con sus traiciones y cambios de chaqueta espectaculares bien a la vista, es un buen ejemplo del modo ‘cainita’ y deleznable en que actúan estas supuestas élites de cuadros partidarios cuando ven en peligro la supervivencia de su medio de vida. En esas batallas resulta más que difícil, por cierto, batir a los sargentos chusqueros que conocen como nadie las verdaderas preocupaciones de la tropa. Por eso, en momentos de cambio y de mudanza, el líder surgido de esa élite de paniaguados que obtienen todas sus retribuciones gracias a su habilidad para ‘colocarse’ bien en la listas es el único que tiene verdaderas posibilidades de ganar la guerra. Una especie peligrosa, sin embargo, en este momento, porque los ciudadanos han empezado a buscar una fórmula que les permita burlar esa inercia que bloquea todo cambio o movimiento propicio para el bien común y, de la combinación explosiva de ambos procesos, pueden surgir pesadillas tales como la reciente victoria de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses.
 
Y cuidado, porque en España el terreno empieza a estar abonado para la aparición de alguna alternativa espeluznante. Por ahora, los conservadores, inclusos los ultraconservadores permanecen aparentemente tranquilos, más o menos, integrados en el redil del PP, un rebaño pacífico que cuida con sabiduría el sin par Mariano Rajoy. Un tipo que sabe bien lo que hay que hacer para navegar en aguas revueltas porque, a pesar de que en su día obtuvo un puesto de registrador de la propiedad, siempre ha sido un político profesional. Lleva toda la vida en esto y conoce perfectamente el paño. Por eso Rajoy maneja perfectamente los gestos necesarios para que la tropa no se le desmande. Como, por ejemplo, preocuparse del futuro de sus leales, pase lo que pase, aguantar el chaparrón si llega e intentar buscar un acomodo digno a sus soldados caídos en la batalla. Aunque, a veces no lo consiga, no pasa nada. Aquí importa más el proceso que el resultado.
 
Esa es la verdadera explicación que justifica los últimos sainetes que hemos vivido a cuenta de un par de ministros quemados que tuvieron que abandonar el Gabinete por distintos motivos. Todos han perdido alguna que otra prebenda colateral al poder, pero todos han salvado, más o menos, las retribuciones que antes tenían, a base de obtener complementos salariales, ocupando esos cargos disponibles a los que se llega, simplemente, con la recomendación del líder. Por eso Rajoy, en estos casos, ha dejado claro para todos, no sólo para los beneficiados por su magnanimidad, que el se la juega siempre por sus recomendados. Y ahí están, cada uno con sus características diferenciales propias, los casos de José Manuel Soria o Jorge Fernández Díaz para demostrarlo. Un político, este último, que como premio a su fidelidad en el combate ha recibido un aumento de sueldo porque cobrará más como presidente de Comisión de lo que cobraba como ministro, según han publicado algunos medios.
 
Pero, como dije al principio, la sombra de los políticos profesionales es alargada y afecta a todos los partidos. Susana Díaz, la jefa de los socialistas andaluces, y probable aspirante a gobernar el PSOE, o lo que quede de él cuando haya acabado de coserlo, es otro ejemplo paradigmático de este tipo de figuras. Al parecer, ella llegó al partido como becaria y ha ido ocupando siempre el sitio donde ‘han querido sus compañeros’ que estuviera. Claro que aquí la palabra ‘compañeros’ tiene unos cuantos matices porque, como vemos ahora, no puede hacerse extensible a todos los militantes del viejo partido del puño y la rosa. Su poder, esa fuerza cohesionada que ha movilizado para derribar a Pedro Sánchez y salvar el orden establecido tras entregar el Gobierno a Rajoy, no proviene solo de su obediencia ciega a las consignas que le llegan desde el ámbito de las viejas fuerzas vivas del partido, ni de la puesta en práctica de las estrategias maquiavélicas de Felipe González y el Grupo Prisa. Hay que contar también con su dominio de una tropa que cuyos anhelos y necesidades conoce a la perfección, porque Díaz tiene el mismo tipo de conocimientos que ha acreditado Rajoy sobre las aguas fecales que fluyen en las cloacas de los partidos políticos.
 
No se equivoque, en realidad el Senado no es el único cementerio de elefantes disponible. Hay muchos otros. Y conviene tener situados unos cuantos estómagos agradecidos en esos puestos clave que resultan indispensables para mantener el control del poder. Hay profesionales incombustibles, como el madrileño Rafael Simancas, por ejemplo, que a pesar de su vergonzosa derrota frente a Esperanza Aguirre, en ese vergonzoso episodio conocido como ‘el Tamayazo’ que los socialistas madrileños siguen sin aclarar, aun se encargan de tareas de peso en la vida partidaria. Siempre a la orden del caballo ganador, claro. Por eso fue, casi la mano derecha de Sánchez, cuando este contaba con el poder del aparato y no tuvo reparo en participar en la ejecución de Tomás Gómez, el dirigente que había ganado las primarias en Madrid y al que se sustituyó por el independiente Angel Gabilondo. Y tampoco tuvo luego problema alguno para dejar tirado a Sánchez, y convertirse en la referencia de los conspiradores y el representante de la actual gestora en el socialismo madrileño.
 
Gracias a estos apoyos, Díaz ganó la batalla en Andalucía, y eliminó en su territorio natural a ese incipiente sector crítico, sin posibilidades de ganarse a los clásicos del aparato porque no disponen de medios para armar una red clientelar alternativa. Por eso la actual presidenta de los socialistas andaluces llegó a la cima en volandas y casi por aclamación, aunque tuviera que recurrir como siempre hace, según sus críticos, a realizar interpretaciones más que dudosas de las reglas de juego para impedir el surgimiento de la competencia. Ella sabría, según dicen sus rivales, mover muy bien los hilos necesarios para comprar la voluntades disponibles y, quizá gracias a ellos, pueda ascender, ya digo, al obtener la máxima cuota de poder a su alcance que, por ahora, sería, la secretaría general del PSOE.
 
Pero ya digo que el mal, no ha tardado en brotar en los partidos nuevos. Ni en esos movimientos progresistas surgidos de las ‘mareas callejeras’, que en cuanto han tocado el poder municipal han reproducido con exactitud milimétrica los comportamientos que antes criticaban y se han puesto a repartir como poseso el botín entre sus leales. Y ahí tienen ejemplos como la proliferación detectable en el nombramiento de asesores, elegidos a dedo, que se ha producido en el Ayuntamiento de Madrid bajo el mandato de Manuela Carmena. Cierto que aún estamos lejos de las cifras estratosféricas marcadas por los usos y costumbres del PP, pero, amigos, la tendencia al ‘amiguismo’ ya ha aparecido, lo mismo que esa querencia maligna a premiar siempre al más leal por mucho que haya montones de aspirantes más cualificados para realizar la tarea.
 
También hemos podido apreciar con claridad estos comportamientos en la pugna por el control de Podemos en Madrid que ha enfrentado a Ramón Espinar con Rita Maestre, un combate que ha sido ganado por el primero, con el apoyo tácito de Pablo Iglesias. Ahora, Espinar tras obtener la victoria ha iniciado una especie de purga blanda y ha iniciado el desalojo de los representantes de las fuerzas enemigas de todos los puestos de responsabilidad posibles. ¿Les suena, pues eso. Y no se crean que Albert Rivera y sus Ciudadanos están libres de la epidemia. Más bien al contrario porque se nutrieron de cuadros como el simpático Toni Cantó que llamaron a sus puertas para no perder posiciones en la carrera profesional que habían iniciado en las instituciones. Y la argamasa que les une sólo podrá solidificarse si el partido tiene la influencia suficiente para repartir unas cuantas prebendas. En caso, contrario, lo probable, es que esa formación se derrumbe a ojos vistas con tanta velocidad como consolidó su ascensión imparable. O eso creen algunos analistas que ya predijeron con acierto el hundimiento de UpyD.
 

Más información