Los referéndums también se pierden

Proceso de Paz en Colombia

Los referéndums también se pierden

Diego Carcedo

Siempre se ha dicho que los referéndums los carga el diablo y este fin de semana lo hemos comprobado por partida doble. Siempre se ha dicho que los referéndums los carga el diablo y este fin de semana lo hemos comprobado por partida doble: dos consultas populares de resultado “cantado” por las encuestas – en Hungría y Colombia – se han saldado con sendos fracasos de sus promotores. También se dice a menudo que los referéndums se promueven para ganarlos, pero eso parece que era antes: con Franco en España se vivieron varias experiencias con resultados apabullantes para ser creíbles, y aún hoy, cuando los promueven regímenes dictatoriales que no respetan ni la neutralidad ni la verdad en el recuento, todavía ocurre.
                  
Pero cuando se trata de referéndums en democracia, con margen de libertad para campañas a favor o en contra y   pulcritud en el escrutinio de las papeletas, a menudo se ganan pero con frecuencia se pierden. Los independentistas de Quebec, en Canadá, perdieron  y no han vuelto a insistir.  Hace pocos meses lo perdieron igualmente los secesionistas catalanes y   escoceses, lo perdió el Gobierno británico cuando planteó el Brexit, lo perdió el Gobierno griego cuando consultó las condiciones del rescate económico, y, ya digo, lo acaba de perder el xenófobo Víctor Orbán en Hungría contra la acogida a los refugiados.
                  
Lo de Hungría era tan tramposo e inhumano y tan antieuropeo a pesar de los beneficios que le reporta al país ser miembros de la UE, que la abstención masiva que deja su resultado sin efecto está más que justificada y merecida para el Gobierno filo nazi que sólo pretendía respaldo a su actitud refractaria contra los que llegaban a sus cerradas fronteras huyendo de los cañonazos. Pero lo sorprendente y triste es que los colombianos, un pueblo tan adelantado en muchas cosas, hayan votado en contra del acuerdo de paz con las FARC, es decir, a favor de que continúe la guerra.
 
Resulta incomprensible, después de más de cincuenta años de angustia ante el sangriento conflicto que empeñaba la vida del país, que una mayoría -por resentimientos, deseos de venganza a ultranza e intoxicada por la verborrea revanchista y envidiosa de que haya sido otro Presidente quien pasaría a la Historia como artífice de la paz, el ex presidente Alvaro Uribe-  haya optado por el riesgo de volver a las andadas, a los muertos cotidianos, a los secuestros de años y a mantener una parte del territorio bajo el control de una guerrilla organizada, controlada por el narcotráfico  pero, como se estaba viendo, deseosa por fin  de dejar de luchar y reintegrarse a la normalidad civil.
                  
El resultado de la consulta es un desaire muy duro para el presidente Santos, que hizo un gran esfuerzo por conseguir el acuerdo de paz y por explicarlo a sus conciudadanos, muy duro también para las decenas de jefes de Estado y personalidades que la semana pasada asistieron en Cartagena al acto ejemplar de la firma del acuerdo y muy desairado para cuantos líderes extranjeros, empezando por el Papa Francisco, aportaron durante cuatro años su influencia para que el acuerdo se lograse.

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