Susana Díaz entrega a Mariano Rajoy la cabeza de Pedro Sánchez

Detrás de la cortina

Susana Díaz entrega a Mariano Rajoy la cabeza de Pedro Sánchez

Rafael Alba, periodista

El político madrileño presenta su dimisión como secretario general del PSOE tras perder una votación en el Comité Federal que gana el sector liderado por la presidenta de Andalucía. Tras diez horas de agonía y bochorno, retransmitidas en directo por una cadena de televisión, ‘La Sexta’, que había tomado parte desde el principio por uno de los contendientes, el duelo fratricida que enfrentaba a las dos almas en conflicto del PSOE ha terminado tal y como era de esperar y también ha confirmado una fractura que puede desangrar al todavía primer partido de la oposición y que, según algunos comentaristas, supone una auténtica “escisión política”. La presidenta de Andalucía, Susana Díaz, y el grupo de barones regionales que lidera se ha cobrado la pieza que buscaba y ha conseguido la dimisión de su rival Pedro Sánchez, previamente humillado en vivo y en directo.
 
El ya ex secretario general del PSOE ha sufrido una dolorosísima derrota, rápidamente festejada por ese grupo de medios de comunicación que en la última semana se ha dedicado a fabricar un perfecto ataúd político a su medida, sin conseguir siquiera que sus enemigos dieran la cara y reconociera que la ‘asonada’ protagonizada por la mitad de la Ejecutiva del partido a mitad de semana, sólo tiene sentido si lo que se pretende es facilitar la investidura de Mariano Rajoy por medio de la abstención de los parlamentarios socialistas. Algo que deseaban los viejos popes del partido y esos líderes regionales que Díaz ha convertido en mesnada y a lo que se oponían los sectores situados más a la izquierda en el partido y el propio Sánchez, repentinamente aquejado de la fe del converso.
 
Consumado el golpe, o más bien su primera parte. Ahora, los conjurados confían en aprovechar los próximos cuatro años para recomponer la triste figura del viejo partido de la rosa. Pero no les va a resultar nada fácil. No es fácil que su mensaje de presunta responsabilidad, altura de miras y sentido de estado, cale en una masa social que les ha ido abandonando paulatinamente. Y lo ha hecho, como pasa, por otra parte en toda Europa, porque, en la actualidad no existen demasiadas diferencias entre la praxis socialdemócrata y la neoliberal, puesto que tanto los partidos supuestamente socialistas como los conservadores comparten casi las mismas directrices a la hora de plantear sus estrategias de política económica y también son responsables casi en la misma medida del irresistible avance de esas élites financiera que han empobrecido al mundo, exterminado a las clases medias y generalizado la desigualdad.
 
Pero, en el caso del PSOE, hay algunos detalles más que no convendría pasar por alto. El partido que lo llegó a suponer todo en la España de la transición y de la década de los Ochenta, la poderosa e imbatible maquinaria que puso en marcha Felipe González terminó sus años de gloria sumida en un pozo sin fondo de corrupción y escándalos del que todavía no ha logrado recuperarse del todo. Y cuando estuvo a punto de hacerlo, llegó un tal José Luis Rodríguez Zapatero a darle la puntilla. Un político que decía ser de izquierdas e hincó la rodilla antes que nadie frente a Angela Merkel para transitar luego con entusiasmo la senda de los recortes.
 
Aunque ni siquiera eso fue lo peor que hizo, según algunos militantes de esos que se han quedado mudos de asombro y vergüenza con el lamentable espectáculo que ha dado su partido hoy. Para ellos, lo peor que hizo Zapatero fue permitir que la organización andaluza, la más potente del partido, ejerciera su libre albedrío sin ningún control. Allí se generó ese espinoso esquema, nunca suficientemente aclarado, por medio del cual se realizó una curiosa utilización del dinero público que ha terminado por hacerse famosa en los juzgados y los medios de comunicación con el sobrenombre del caso de los ERE. Un presunto fraude que ha pesado como un lastre sobre los hombros del viejo partido y que le ha impedido aprovechar la crisis en la que se ha sumido el PP por culpa del descubrimiento de las tramas de corrupción estructural de esa formación conservadora.
 
El asunto de los ERE y algunas otras amistades peligrosas que se le presuponen en los confidenciales de Internet a los miembros de ese sector crítico que lidera Susana Díaz, pueden estar detrás de esa necesidad perentoria de muchos prohombres del actual PSOE de ‘cargarse’ a Pedro Sánchez para facilitar una salida al bloqueo político español. O lo que es lo mismo, para ‘decretar’ una abstención generalizada en el grupo parlamentario socialista que convierta en presidente del Gobierno de nuevo, a Mariano Rajoy, ese inquilino de La Moncloa interino, que dentro de muy poco podría dejar de serlo, gracias a que su ‘enemigo’ histórico, puede tener un par de cadáveres en los armarios del mismo tipo de los que ensombrecen su nefasta gestión como líder del PP y máximo responsable del diseño y la aplicación de las políticas que han provocado en España una fractura social casi sin precedentes en las últimas cuatro décadas.
  
De momento, las heridas abiertas por la cacería puesta en marcha contra Sánchez son demasiado recientes para saber si podrán cerrarse a medio plazo. Pero no parece fácil. No existe hoy por hoy en las filas del PSOE ninguna figura de respeto que pueda provocar una adhesión inmediata como mediador aceptable para los dos grupos enfrentados y que pueda dirigir con garantías la operación necesaria para reconstruir los puentes. Quizá porque los dos bandos enemigos se han dedicado con entusiasmo a desacreditar a todos los posibles candidatos.
 
Curioso. Quizá la aparición en la izquierda de un líder llamado Pablo Iglesias haya sido el principio del fin del PSOE, un partido que era el referente de la defensa de los derechos de los trabajadores y que fundó, hace más de cien años otro Pablo Iglesias. Sin embargo, ese sería sólo un resumen apresurado de un proceso de descomposición acelerado con raíces un poco más complejas. La aparición de Podemos y la explosión de fenómenos como el famoso 15M tiene bastante que ver con esa deriva hacia el abismo emprendida por el PSOE que hemos relatado en los párrafos anteriores y que ha convertido al partido de la rosa en un auténtico pilar de un sistema que ha dejado de ofrecer soluciones a los problemas reales de la población teóricamente más afín a sus postulados políticos.
 
En ese contexto, resulta bastante absurdo considerar a Sánchez responsable de la pérdida de votos que ha experimentado el PSOE en favor de las nuevas opciones como Podemos que han aparecido a su izquierda. Y por lo mismo, no parece en principio que su defenestración pueda ser el inicio de una quimérica remontada. Más bien al contrario, tal vez se convierta en el principio del fin. Sobre todo, si su desaparición del primer plano de la escena no coincide con una verdadera depuración que afecte, por ejemplo, a su encarnizada rival Susana Díaz, entre otros. Si como parece, en este momento, y he dicho antes, los socialistas facilitan ahora la permanencia del PP en el poder, sus posibilidades de presentarse como alternativa de Gobierno u oposición son nulas. Más bien, lo contrario, porque habrá más de una votación ‘vital’ para España en la que tendrán que poner de nuevo al servicio del enemigo ese presunto sentido de Estado que dicen poseer.
 
De momento, y a falta de que todas estas sospechas razonables que se extienden en el ala izquierda del PSOE se confirmen, todo parece indicar que el histórico partido de la izquierda española podría haber dado aquí el primer paso para su desaparición definitiva. Ya es irrelevante en casi todas las regiones españolas y sólo conserva cuotas de poder local y autonómico gracias a los pactos que pudo ‘cerrar’ con sus temibles rivales ‘podemitas’ y que ahora podrían empezar a estar en cuestión. Sólo conserva su viejo poderío en esa Andalucía que quizá se convierta en su última morada. Un lugar en el que, además, se ve obligada a gobernar con el apoyo de Ciudadanos y donde, según indican las últimas encuestas, también su poder actual puede tener los días contados.
 
Cierto que nadie puede tener una certeza absoluta sobre lo que puede deparar el futuro y que, además, en política, como hemos visto más de una vez últimamente, no existen leyes matemáticas que sirvan para indicar de forma inequívoca las tendencias. Pero, en este momento, las cosas parecen pintar muy mal para el PSOE, un partido que acaba de perder casi toda la credibilidad que le quedaba entre los sectores relacionados con la izquierda española.  Y quizá, más pronto que tarde, Veamos a Susana Díaz, sus padrinos y sus compañeros de viaje tengan que cargar con la responsabilidad de haber expedido el certificado de defunción de un partido que una vez significó para muchos españoles la esperanza de un cambio que les permitirá acceder a un mundo más justo e igualitario.

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