Los militantes socialistas, dispuestos a ‘divorciarse’ de Sánchez

Detrás de la cortina

Los militantes socialistas, dispuestos a ‘divorciarse’ de Sánchez

Rafael Alba

Un mes después de las elecciones el desánimo vuelve a hacer mella en los votantes del PSOE que vuelven a comprobar la falta de rumbo político de su partido. Un mes después de las, por el momento, últimas elecciones generales celebradas en España, la situación del PSOE, teórico primer partido de la oposición por número de escaños, sigue deteriorándose a ojos vista. En especial, de puertas para adentro, donde las tesis que se bombardean desde los distintos medios de comunicación afines al presunto bloque ‘constitucionalista’ parecen haber contribuido a convencer a propios y extraños, de que todo lo que hoy ven los ojos es puro teatro y que, al final, los socialistas abrirán la puerta del poder al PP con una abstención en la segunda vuelta del próximo debate de investidura.
 
Y mientras, Pedro Sánchez, el líder que tiene en su haber los dos peores resultados históricos cosechados nunca por esta su formación política mantiene su silencio institucional y político, apenas roto esta semana, por medio de un ‘plasma’ para manifestarse en contra de la nueva andanada secesionista acontecida en el Parlamento catalán.
 
El secretario general socialista se mantiene en el no a un Gobierno del PP, en teoría, mientras los notables y las personalidades del viejo bando progresista se enzarzan en una desoladora guerra de manifiestos. Unos piden firmas para que haya un Ejecutivo cuanto antes y otros las recogen para propiciar un pacto entre PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos que sirva para desalojar del poder a las ‘hordas corruptas’ de la derecha montaraz.
 
Pero ese silencio tenso que Pedro Sánchez parece haberse impuesto se ha convertido también en una nueva losa pesadísima sobre la baqueteada moral de los militantes y simpatizantes socialistas de a pie. La gloria de estos ‘rojillos’ históricos de máquina de café y barra de bar ha durado bien poco. Un par de días o tres. Ese corto espacio de tiempo en el que pudieron sacar pecho y presumir de que habían frenado a los ‘podemitas’ y habían evitado el ‘sorpasso’. Una victoria pírrica que, a día de hoy, no saben para lo que puede servir. ¿Quizá para hacer otra vez presidente del Gobierno a Mariano Rajoy?
 
Tampoco pueden mostrarse demasiado ufanos ahora del éxito conseguido por lo mucho que les cuesta, en las distancias cortas y en el cuerpo a cuerpo, atacar a los símbolos de las mesnadas hermanas. Los rojos y los morados. ¿Lo último de Pablo Echenique? Como si nadie tuviera un cuñado de esos que ‘simultanean’ el cobro de la prestación por desempleo con unas cuantas chapuzas cobradas en negro. ¿Lo de Juan Carlos Monedero? Como si nadie conociera a un catedrático que se forra con sus giras de conferencias y sus informes sin decir esta boca es mía a la autoridad competente.
 
Y luego está el deterioro de los símbolos ‘sociatas’ y lo mal que quedan en la foto los viejos héroes de la transición. Sobre todo, si los comparamos con los ‘honrados vejetes’ de IU. Y no estamos hablando ahora de la ‘cal viva’ ni de la pinza. Julio Anguita y Gerardo Iglesias, en especial este último, son dos símbolos vivos de la posibilidad real de pasar un tiempo en política y volver luego a la vida normal sin forrarse ni sentarse en los consejos de administración del enemigo. Es decir, las fórmulas habituales de ganarse la vida lejos de la política de los viejos altos cargos socialistas, la élite que hizo la transición de 1978 que fueron capaces de potenciar sus agendas y sus contactos en los años en los que, teóricamente, cobraban por defender los intereses de sus votantes, a veces, encontrados con los de sus ‘nuevos’ amigos y futuros empleadores.
 
Ya saben que Iglesias volvió a la mina y que tanto él como Anguita son dos pensionistas sin emolumentos complementarios. Y, se piense lo que se piense de sus posiciones políticas pasadas, la foto de hoy les sale más que favorecedora. Ni rubias, ni rubios, ni yates, ni escoltas, ni amistades peligrosas con cuentas en Suiza y Panamá. Ni giras por las tertulias de ‘derechas’ en las que se cobra por echar tierra sobre los nuevos responsables de la gestión de sus viejas siglas partidarias.
 
Vamos, lo mismito que los viejos sociatas. Ya sean esos nuevos comentaristas recalcitrantes como José Luis Corcuera, Cristina Alberdi o Joaquín Leguina, o los señoritos y señoritas de las finanzas del estilo de Felipe González, Carlos Solchaga, Pedro Solbes, Miguel Sebastián o Elena Salgado. Así que en esas matadoras distancias cortas, como les he dicho antes, el votante socialista traga saliva y se queda sin palabras, según resulta más evidente, que, cómo pasó en los viejos tiempos del referéndum de la OTAN, el PSOE parece a punto de volver a traicionar a sus bases a mayor gloria de ese gran estratega político llamado Mariano Rajoy.
 
Sólo que entonces tenían un líder carismático y una segunda línea poderosa comandada por el sin par Alfonso Guerra. Y ahora, la nómina de dirigentes da pena. O vergüenza ajena. Siempre, desde el punto de vista, de esos aguerridos luchadores progresistas que se han curtido en las ‘manis’, las recogidas de firmas y las luchas sindicales, claro. A esos, por mucho carné del PSOE que tengan les encantaría contar en sus filas con Pablo Iglesias, Iñigo Errejón y Alberto Garzón. Hasta con Juan Carlos Monedero, si me apuran. Y, a cambio, tienen que conformarse con Sánchez, Cesar Luena y Antonio Hernando. Y alternativas tan poco ‘glamourosas’ como Susana Díaz, Emiliano García-Page o Guillermo Fernández Vara.
 
En estos 30 días aciagos, además, el comportamiento político de Albert Rivera y la deriva derechista de Ciudadanos, un partido al que cada día que pasa se le ve más el plumero, han eliminado por completo la vigencia del ‘mantra’, o del placebo argumental, que la dirigencia sociata puso en manos de sus leales para resistir el acoso de los ‘podemitas’ en las batallas del barrio. Es obvio que de nada hubiera servido sacar al PP de La Moncloa si era para poner el Gobierno de España en manos de los ‘naranjas’.
 
Unos tipos que siempre fueron ‘la voz de sus amos’, y cuyo único objetivo real es impedir que pueda formarse en España un gobierno progresista. Es evidente que Unidos Podemos no podía abstenerse entonces para facilitar un Gobierno de Pedro Sánchez que pusiera en práctica las políticas económicas neoliberales que defienden los asesores palaciegos de Albert Rivera que son quienes son, vienen de donde vienen y quieren hacer lo que quieren hacer: aumentar la liberalización económica y proseguir con el desmantelamiento del estado del bienestar.
 
Así que, con la distancia que aporta el tiempo, la decisión de Podemos e IU de no franquear el paso al ejército de economistas neoliberales de Rivera se ha convertido en un activo de Unidos Podemos. Contra quienes les acusan de cambiar de opinión, según cambian los vientos, Iglesias, Garzón, Errejón y los suyos, pueden venderse ahora como un verdadero baluarte, un dique de izquierdas que resiste fuerte frente al ‘tsunami’ de la desigualdad y al empuje del poder financiero global, a diferencia de esa socialdemocracia débil que siempre termina por doblegarse frente al poder absoluto de los señores del dinero.
 
Así que los devastados socialistas que aún quedan en las agrupaciones de barrio, en los pueblos y en tantos otros sitios en los que, desde siempre, han actuado ‘codo con codo’ con sus primos de IU y sus sobrinos de Podemos, sólo esperan que se produzca un milagro inesperado y una de esas carambolas con las que nadie cuenta, para que el PSOE de sus amores pueda superar la actual situación sin mancharse con un voto parlamentario que sirva para perpetuar a la derecha en el poder. No parece fácil eso de cuadrar el círculo y poder ‘venderse’ como oposición si te has abstenido para dejar que el enemigo gobierne.
 
Y ese clima, con un congreso a la vista en la que los liderazgos tienen que renovarse, configura un contexto endiablado para los actuales líderes y todos aquellos que aspiran a serlo a corto y medio plazo. Por suerte para Sánchez y sus enemigos declarados no parece que haya en el horizonte ninguna otra alternativa con poder y carisma suficiente para aprovechar la oportunidad histórica que hay sobre la mesa y hacerse con los mandos de un partido a la deriva.
 
Aunque no conviene eliminar por completo la posibilidad de que llegue lo inesperado. Cierto que los viejos apoyos de José Luis Rodríguez Zapatero se encuentran ahora divididos y que muchos han huido hacia el territorio ‘podemita’. Y también que la opción que pudo representar en algún momento Carmen Chacón cotiza ahora a la baja. Pero nadie debería dar por muerto a un sector que sigue bien organizado y que sólo necesita encontrar a su Jeremy  Corbyn para liarla parda en el partido. Sigan atentos a sus pantallas porque pueden aparecer nuevos actores en este interminable culebrón.

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