Rajoy espera tranquilo la rendición del PSOE

Detrás de la cortina

Rajoy espera tranquilo la rendición del PSOE

Rafael Alba

Los dirigentes del PP, convencidos de que los socialistas permitirán seguir en La Moncloa al presidente en funciones ¿Para qué moverse? Si algo parecen haber dejado claro los resultados electorales es que la mayoría de los españoles que han votado en las próximas elecciones quieren que el PP y Mariano Rajoy se hagan cargo de su futuro en los próximos cuatro años. Y por más que duela o resulte incomprensible la evidencia objetiva es lo que es y hay pruebas muy claras sobre este particular. Y, por lo tanto, si estas son las preferencias es de suponer que quienes han optado por dar su apoyo al equipo azul creen la historia que sus dirigentes han elaborado y la visión idílica de la realidad que presentaron en la campaña electoral, por distorsionada que a muchos nos pueda parecer.

Así que con las cifras en la mano y el perdón de los pecados de corrupción y tijera que le han concedido las urnas, el presidente en funciones se dispone a repetir su estrategia ganadora, ese inmovilismo paciente que tanto le critican sus adversarios, pero cuyo ejercicio le ha permitido hasta ahora ganar todos los combates a los que ha tenido que enfrentarse tanto en el interior como en el exterior de su partido. Sin embargo, convendría no engañarse, ni caer en la tentación de dejarse llevar por los propagandistas de izquierda y derecha que llevan ya unos cuantos años, disparando contra don Mariano. Porque lo cierto es que es probable que tenga razón cuando exige, desde el silencio, a PSOE y Ciudadanos que le den su apoyo a cambio de nada.

Lo primero que hay que decir es que a este político gallego no puede exigírsele ahora que presente un programa de gobierno. Nunca lo tuvo. Lo suyo es otra cosa, adaptarse a las circunstancias y aprovechar los huecos para ‘colocar’ sus presupuestos ideológicos, esos ‘principios’ que, por supuesto, tiene, en las leyes que aprueba. Normas que, por cierto, nominalmente estarían pensadas para otra cosa. Y confía en que siempre va a poder hacerlo porque se ha consolidado con el tiempo como el verdadero ‘mal menor’ y con la que está cayendo a todos esos supuestos rivales que teóricamente tiene no van a tener más remedio que apuntalarle si quieren impedir que el sistema vuele por los aires.

Y lo segundo es que él no tiene nada que demostrar, mientras que no resulta nada fácil decir lo mismo del resto. A estas alturas, nadie en su sano juicio puede argumentar que no está al tanto de los casos de corrupción que han estallado a lo largo de su mandato, ni de los recortes que ha aplicado, ni de que haya precarizado el empleo y esté a punto de dejar sin un euro el fondo de reserva de la Seguridad Social. Tampoco hay un solo español por ahí que no sepa perfectamente que Rajoy jamás ha cumplido su programa electoral, ni sus compromisos con Bruselas, ni que el presidente en funciones era perfectamente consciente de que su decisión electoralista de bajar los impuestos podía costarle a España más pronto que tarde una dura sanción europea y la necesidad de volver a aplicar duros recortes presupuestarios que pueden provocar una nueva desaceleración económica con aumento del paro incluido.

Todo eso era público y notorio y no le ha impedido ser el líder y el cartel electoral del partido más votado en las dos últimas citas electorales. Así que no es él quien tiene que explicar nada, porque él ha jugado siempre a lo mismo. Son sus queridos rivales Pedro Sánchez y Albert Rivera a quienes les toca explicar los motivos que les impiden apoyar un gobierno de coalición de las fuerzas constitucionalistas. Al fin y al cabo, tanto el PSOE como Ciudadanos han seguido el juego del PP desde el primer minuto y han organizado sus campañas electorales de espaldas a estos problemas y en plena coincidencia con el partido de Rajoy. Entre los tres, se han tirado cerca de tres años bombardeando a los españoles con una sola idea, aquella de que lo único importante era frenar el avance del populismo y los separatistas.

Ya conocen la cantinela. Ese presunto buen muchacho, Rivera está dispuesto a negociar con todos menos con Unidos Podemos, porque su intención es salvar a España del desastre e impedir que Pablo Iglesias y Alberto Garzón, los dos malvados demonios comunistas, conviertan a este país en un trasunto de la caótica Venezuela, abran la puerta a la fragmentación nacional y contribuyan al triunfo final de los independentistas. La misma, por cierto, que difunden una y otra vez la marioneta Susana Díaz y el ventrílocuo Felipe González que ahora quieren convencer a sus brigadas rojas bajas en calorías de que han retrocedido por no haber sido claros a la hora de explicar a sus votantes potenciales de que nunca, bajo ningún concepto y de ninguna manera iban a pactar con los pérfidos populistas.

Esas han sido sus cartas y ese ha sido su juego. PSOE y Ciudadanos han contribuido con entusiasmo a convencer a los españoles de que la prioridad nacional era acabar con las hordas que avanzaban sobre el país dispuestas a entregar el poder a un peligrosísimo terrorista con coleta. Han trabajado muy duro en esa línea, codo con codo con el PP durante un larguísimo periodo de más de dos años, justos los mismos que, día más o día menos, lleva Podemos ocupando el centro de la actualidad política. Y por eso ahora deberían ser consecuentes con lo que han hecho e integrarse sin mayores problemas en esa gran coalición que Rajoy ha defendido siempre. La de los hombres de bien y el sentido común. Porque eso es lo mejor para España y lo único que puede salvarla del caos que se cierne sobre ella.

Lo demás es accesorio. Seguro que en Bruselas y Berlín se muestran generosos con ese tripartito del sistema, o sus sucedáneos abstención mediante y dan muestras de su gran benevolencia. Justo lo contrario a lo que harían si, por casualidad, un gobierno ‘podemita’ hubiera llegado al poder. La casta financiera que domina la UE hubiera repetido entonces la historia de Grecia y dejado caer su furia sobre esta pobre piel de toro. Pero se mostrará dadivosa con los héroes del sur que han conseguido construir un dique forjado con votantes para evitar la peligrosísima inundación a la que todo el Viejo Continente podía estar expuesto.

Con un escenario tan claro sería absurdo que el concienzudo Mariano Rajoy fuera a perder los papeles ahora. Y, por supuesto, no lo hará. Son, como decía antes, los otros quienes tienen que esforzarse, hacer méritos y demostrar que son coherentes y capaces de llevar hasta las últimas consecuencias el discurso que han elaborado. Y lo harán, qué duda cabe. Entre otras cosas, porque si llegara el momento de ir a las urnas por tercera vez, lo probable es que el PP continuara rescatando parte del voto perdido. Que Ciudadanos se convirtiera en una opción testimonial y el PSOE dejará de ser, definitivamente, la alternativa de Gobierno que ahora todavía pretende ser. Y sería sí, entre otras cosas, porque puestos a elegir un líder anticomunista y español que es de lo que se trata, lo mejor es optar por la versión original. Y esa nadie la representa mejor que un señor de Pontevedra que fuma puros y lee el Marca.

Y, mientras tanto, inteligentemente, Unidos Podemos ha optado por mantenerse al margen del jaleo. No tiene mucho que ganar y sí bastante que perder en estas aguas revueltas. Toca recuperar a los votantes perdidos y esperar una nueva ocasión que no tardará en llegar. Basta con seguir señalando las contradicciones del enemigo para mantenerse ahí, pero esa estrategia no resulta suficiente, sin embargo, para aspirar a algo más. Por eso toca aprovechar la coyuntura para completar la definición del programa político que se quiere llevar a cabo y eliminar las dispersiones que han resultado fatales en la última cita con las urnas. Porque lo que sí está también claro es que guste o no, hoy por hoy, la alianza entre Podemos, IU y las mareas regionales sigue siendo la única alternativa.

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