Sólo el avance electoral de la nueva izquierda puede salvar la UE

Detrás de la cortina

Sólo el avance electoral de la nueva izquierda puede salvar la UE

La formación de un potente frente ‘antiausteridad’ que cambie los equilibrios de poder en Bruselas es el último cartucho de los europeístas. Es tal el grado de cinismo y autocomplacencia que se ha instalado en los entornos aledaños al poder político global, que hasta es posible que algunos individuos lamentables que permanecen instalados allí desde hace año intenten ahora tragarse su propia mentira, y manifestar su sorpresa ante los acontecimientos recientes que han puesto en jaque el ya precario orden político mundial del mundo distópico en que vivimos. Y hasta puede que lo consigan dada su tendencia endémica a vivir con comodidad entre mentiras. Y hasta es posible que quizá no lo reconozcan nunca.

Pero por mucho que intente engañarse y engañarnos, nadie debería darles el más mínimo crédito a estas alturas. Hace tiempo que no lo merecen. Así que no lo duden. La realidad pura y dura es que todos ellos saben perfectamente porque ha pasado lo que ha pasado. Aunque todavía no den crédito, quizá, al fracaso que acaba de cosechar en Reino Unido, la contrastada estrategia de los ‘trileros’ que nutren de ideas y ‘argumentarios’ a sus poderosas líneas de defensa y que hasta ahora había salido triunfante siempre de todos los retos a los que se había enfrentado, aunque fuera ‘in extremis’ y por la mínima.

Los políticos profesionales europeos, sobre todo los de la vieja guardia, tienen muy claros los motivos por los que, contra todo pronóstico, la mayoría de los votantes británicos ha tomado partido por el ‘Brexit’ y han usado las urnas que, con tanta ligereza. les proporcionó el líder conservador derrotado David Cameron, otro tipo demasiado seguro de sí mismo para atisbar el abismo al que se asomaba, para usarlas como armas arrojadizas contra Bruselas y Berlín, las dos cabezas visibles de ese monstruo antidemocrático y letal en que se ha convertido la Unión Europea (UE) desde que estalló la última gran crisis económica global. Una plaga imparable que, pese a haber perdido algo de fuerza, aún mantiene en muy alto grado su probada capacidad de devastación.

Y aunque no lo digan, todos conocen perfectamente la razón fundamental del creciente rechazo al presunto proyecto unitario europeo que han armado, exclusivamente en su propio beneficio, durante la última década. En los ambientes cercanos a esa ‘casta financiera’ que ha tomado el poder en el Viejo Continente sin pasar por las urnas, nadie tiene dudas sobre el particular. Saben perfectamente que, de una u otra forma, el origen de esa desafección imparable se encuentra en el terrible listado de plagas bíblicas que, en los últimos años, ha caído sobre las clases populares. Ya saben: la austeridad y sus recortes, la laminación del estado del bienestar, la desregulación laboral y el trabajo precario, la deslocalización industrial, la eliminación de las ayudas a los desfavorecidos, el adelgazamiento del gasto social y todo lo demás.

En definitiva, los verdaderos puntos de un programa de política económica partidista, perfectamente diseñado, que se ha implementado de forma inexorable y sin compasión alguna, en las últimas cuatro décadas, para convertir en realidad la apuesta por la desigualdad y el empobrecimiento global de la élite adinerada. Esas tablas de la ley del neoliberalismo, que todos nos hemos tenido que tragar sí o sí y que han contribuido a fortalecer a ese 1% de la población mundial que acumula ya más del 50% de la riqueza, según los últimos datos sobre el particular hechos públicos el pasado mes de enero por la prestigiosa organización no gubernamental Oxfam.

Y qué además funcionan, vaya si funcionan, y sirven perfectamente para que se haya alcanzado y mantenido en el tiempo el objetivo para el que fueron creadas. Y cada día que pasa nos encontramos con más evidencias numéricas y empíricas de ese poderío. Por ejemplo, y por usar la más reciente que se ha publicado referida a España, las cifras conocidas esta misma semana que indican que hoy hay en este país 15.000 millonarios más que el año pasado, según los cálculos realizados por la consultora Capgemini, empresa privada poco sospechosa de veleidades izquierdistas.

Ese, y no otro, es el mal que, desde hace unos años, se extiende a toda velocidad entre las clases trabajadoras de la UE que reaccionan como pueden frente a la apisonadora implacable que constituye el imperio autoritario y de esas políticas ‘neoliberales’, de las que hablábamos antes, sesgadas, ideológicas y de clase que han empobrecido y devastado las oportunidades de futuro de los más desfavorecidos y eliminado a la clase media. El caldo de cultivo perfecto para los cantos de sirena de los caudillos modernos que aparecen en el horizonte con las típicas recetas ‘salvapatrias’ y que acaban de obtener con el ‘Brexit’ el primer triunfo importante para su causa.

Pero, ¿qué es lo que pretenden en realidad estos políticos vocingleros que pretenden despertar el nacionalismo y los instintos más egoístas y menos nobles de la raza humana? ¿Conseguir la felicidad de todos y la paz mundial? Mucho nos tememos que no se trata de eso. En absoluto. Al menos esa no es la idea que, últimamente, avanzan algunos teóricos. Estaríamos, simplemente, contemplando una lucha a muerte entre políticos, de uno y otro estilo, destinada a demostrar a los dueños del dinero, los verdaderos amos del universo, que, hoy por hoy, Boris Johnson, Marine Le Pen, Donald Trump o Vladimir Putin, defienden mejor sus intereses que los descendientes de la generación de políticos democristianos y socialdemócratas cuyos pactos hicieron posible la gran Europa del siglo XX y el Estado del Bienestar.

Y como la historia siempre sirve para acreditar la versión de los vencedores, no habría que descartar que esos cuatro supuestos monstruos del populismo ultraderechista que hemos mencionado en el párrafo anterior, se conviertan en los grandes adalides de la libertad individual que han salvado al mundo. En los verdaderos descendientes alfa de la grandeza de los líderes como Margaret Thatcher o Ronald Reagan, aquellos campeones del mundo occidental a los que tanto debemos y cuya energía y determinación hicieron posible la derrota del comunismo universal y a quienes tanto admira y añora el líder el verdadero populista radical hispano, Albert Rivera, líder de Ciudadanos y continuador más entusiasta del legado de la gran Esperanza Aguirre, que ahora parece haber iniciado por fin su ocaso político.

Sólo hay un mínimo hueco para la esperanza, una posibilidad real de evitar el futuro de neofascismo triunfante que parece venírsenos, encima. Y es, desde luego, el auge que, en los países del sur de Europa han adquirido, en paralelo con todos estos procesos que hemos descrito, las fuerzas emergentes de izquierda, que aún apuestan por la solidaridad y las políticas pensadas para conseguir el bienestar de la mayoría de la población. Unos movimientos que empiezan a tener también verdaderas posibilidades de llegar al poder y que, de momento, se han consolidado, más lentamente, de lo que parecía como la auténtica, y casi la única, alternativa.

Si está nueva izquierda, que entro nosotros representa Unidos Podemos, consigue en las urnas el apoyo que merece, tal vez sea posible reconstruir la unidad europea, y el convencimiento de los ciudadanos de su utilidad como medio para avanzar hacia el bienestar de la población y una sociedad más justa. Aunque para lograrlo es necesario revertir lo más rápido posible el criminal ‘austericidio’ alemán y apostar por otro tipo de políticas.

Y quizá también encontrar interlocutores válidos entre el enemigo. Figuras conservadoras compasivas, del estilo de lo que podría representar ahora mismo en el mundo religioso el Papa Francisco, que, en los ámbitos civiles, quieran impulsar la justicia social y contribuir a que Europa recupere los principios ideológicos fundamentales que le concedieron su antiguo brillo. Liberales dispuestos a pactar y con los que sea posible el diálogo.

Porque, desde luego, tampoco hay duda de que esto no lo arreglan tampoco ni las recetas leninistas, ni la dictadura del proletariado, ni los caudillos de izquierdas totalitarios que, nuevamente inspirados por el sol cegador de esa China que tanto daño ha hecho a los movimientos progresistas, quieran instaurar regímenes de partido único en lo político que garanticen la pervivencia de las economías abiertas y de mercado.

Por ahí tampoco se va a ninguna parte y lo sabemos bien, para nuestra desgracia. No hay demasiadas diferencias reales entre Raúl Castro, Nicolás Maduro y Donald Trump. Pero sí las hay, y son notables, entre cualquier componente de esta pandilla y políticos progresistas y honestos como Jeremy Corbyn, Bernie Sanders o Iñigo Errejón. O eso pienso yo, claro.

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