Un fondo sin fin

Grecia

Un fondo sin fin

Josep Lladós

La crisis de la deuda exterior griega sigue latente. Continúa la troika tratando de ganar tiempo en la gestión de la deuda exterior griega. Las aguas parecen bajar mucho más tranquilas pero el mar de fondo anda más revuelto de lo que parece. Hay mucho ajetreo que más pronto que tarde alcanzará la superficie.

La nueva inyección de crédito a cambio de compromisos de nuevas reformas y aumentos en la imposición indirecta calma los mercados, proporciona indicios de estabilidad financiera y ratifica la estrategia pactada de salida de la crisis tras un convulso periodo de enfrentamiento entre las partes implicadas.

Pero aunque la economía no sea una ciencia exacta, la experiencia nos ha enseñado que las incoherencias económicas se acaban pagando caras. Mantener una posición inconsistente con más terquedad que Penélope tejiendo y destejiendo el famoso sudario puede conducir los protagonistas a un destino ingrato.

Veamos. En la nueva inyección de fondos, que apenas permite cubrir la carga financiera de la deuda para lo que queda de año, se implican tanto los socios europeos como el Fondo Monetario Internacional. Pero el FMI lo hace tras publicar un informe en el que afirma que los niveles actuales de deuda son insostenibles. Revelador.

Los objetivos previstos en superávit fiscal, crecimiento económico y privatizaciones y los efectos potenciales sobre la productividad de las reformas comprometidas ahora les parecen poco creíbles y demasiado optimistas. Y como han ajustado a la baja las previsiones, en el nuevo escenario resultante la deuda resulta insostenible. Claro.

Sugieren pues la conveniencia de una nueva reestructuración de la deuda existente, mediante la extensión de los generosos vencimientos existentes, aplazamientos en los pagos del coste de la deuda e imposición de tipos de interés fijos, todo ello para conseguir mantener en niveles asumibles y hasta el 2040 el coste financiero de la deuda. Más allá, todos calvos.

Todo muy coherente, pues sabemos que para mantener estable la deuda pública es necesario que, una vez descontado el pago de intereses, el saldo de las cuentas públicas sea positivo o bien que la tasa de crecimiento económico sea superior al tipo de interés de la deuda.

Pero el problema es que los socios europeos ya han aplicado ampliamente estas recetas, extendiendo los plazos de amortización de la deuda y ofreciendo unas condiciones de financiación mucho más favorables que para otras economías endeudadas y rescatadas, como Portugal o Irlanda. Por no hablar del caso español.

Y ahí radica la inconsistencia. Unos por no reconocer que el conjunto de la deuda es impagable y que en algún momento del futuro próximo los errores de inversión deberán asumirse con una nueva quita. Inyectar más y más crédito al hipotecado sin que sea capaz de generar mayores rentas no evitará el curso de los acontecimientos. Ganar más tiempo es persistir en el espejismo. Otros porque su generosidad es menor de la que predican. El coste de financiación de los créditos a corto plazo del FMI es mayor que los préstamos ofrecidos por los socios europeos de Grecia. Y, además, como el FMI es acreedor preferente, es quien más protegido está ante el posible impago de deuda. Curioso.

De modo que tal vez fuera mejor empezar la reestructuración de la deuda griega reemplazando al FMI en la ecuación por créditos a largo plazo por parte del Mecanismo Europeo de Estabilidad, con condiciones económicas mucho mejores.

¿Todavía más implicación europea? Pues sí, sólo las previsiones económicas salen gratis. Un modelo económico que no se sustenta en la mejora de la productividad es caro, la protección al sistema bancario de sus graves errores de inversión tiene costes y honestamente no cobraremos todo lo que se nos debe. Y como que en el caso griego ahora los acreedores son públicos, más pronto o más tarde, el impacto recaerá sobre todos nosotros.

Ya lo sufrimos en forma de desempleo, rentas salariales, impuestos, cierres de empresas y desahucios. Añadir créditos de dudoso cobro al cajón de los desastres poco daño nos haría. Aunque mucho me temo que su coste político es harina de otro costal.

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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