Rivera se lanza al ‘barro venezolano’ para traerle votos a Rajoy

Detrás de la cortina

Rivera se lanza al ‘barro venezolano’ para traerle votos a Rajoy

El líder de Ciudadanos arriesga su imagen centrista y moderada en un absurdo viaje a Caracas para liderar el frente ‘antipodemos’. Si un inesperado ‘subidón’ electoral de Unidos Podemos y las famosas confluencias no lo remedia y, de momento, no parece probable, Mariano Rajoy quizá pueda mantenerse en La Moncloa tras las próximas elecciones, con el apoyo de Ciudadanos y la complicidad, llámenlo abstención del PSOE. Dos elementos que de una u otra forma se han puesto de manifiesto en la última semana, con el giro hacia la derecha, facción populista ultramontana, protagonizado por Albert Rivera en un esperpéntico viaje a Venezuela que va a beneficiar sobre todo al PP, gracias al recurso al voto útil de los sectores conservadores, y con la calculada ambigüedad con que Pedro Sánchez ha declarado ante los empresarios catalanes que “puede asegurar que no habrá terceras elecciones”.

Así que prepárense para que el actual inquilino del palacio presidencial obtenga una renovación del contrato el próximo 26 de junio. Porque tiene muchas posibilidades de lograrlo. Más aún, a pesar de que las últimas encuestas indican, de momento, que ese gobierno no dispondría de una mayoría parlamentaria suficiente en la que apoyarse, a lo mejor hasta logra completar, con más o menos equilibrios y alguna estabilidad, los próximos cuatro años de legislatura y evitar lo que tanto temían las élites económicas españolas hace sólo unos meses. Aquello de que el malestar y las heridas abiertas por las políticas neoliberales y la corrupción en la sociedad provocarán un cambio de calado que supusiera la voladura del régimen nacido tras la constitución de 1978, cuyo ciclo de vida parecía agotado no hace mucho.

Sería triste que esos augurios pesimistas que acabo de enumerar se confirmaran con todo lo que ha llovido en los últimos tiempos, pero incluso desde la perplejidad y el abatimiento, hasta algunos columnistas conocidos por su visión optimista del futuro, parecen inclinarse ahora por ese porvenir ‘distópico’ al que me refería en el párrafo anterior. Es cierto que las poderosas fuerzas que han entrado en juego para evitar una tormenta de democracia que podía resultar letal para sus intereses, han pasado algunos malos ratos, han sufrido incertidumbres serias y han tenido que trabajar más que nunca para impedir esa ruptura del orden establecido que parecía inevitable, pero, hoy por hoy, parecen respirar tranquilas, convencidas de que lo único que de verdad importa es conseguir, como sea, que Pablo Iglesias y los suyos no lleguen a La Moncloa. Y ese es un objetivo que creen a su alcance.

Aunque les queda la sensación agridulce de saber que si el proceso acaba como parece, van a volver a estar en deuda con Rajoy, el cachazudo político gallego al que consideraban el problema y que, finalmente, ha sido la única solución de emergencia a la que han podido recurrir. Al final va a ser verdad que ese señor de Pontevedra, tan supuestamente gris, es el único líder que le queda, de verdad, a la derecha española. Desde luego quien, por ahora, no supone ningún peligro para él es Albert Rivera, una esperanza frustrada. Sobre todo, porque, una vez perdida la ventaja psicológica que obtuvo con su aparición fulgurante y sorpresiva, tras el desembarco de Ciudadamos, su ‘pequeño’ partido catalán en la gran política española, ha terminado por enseñar la patita de lobo enharinada. Y no, no se trata de un cordero centrista con querencias socialdemócratas.

Es más bien, como ya indicaban las propuestas de política económica que incluyó desde el principio en su programa, un peligroso derechista con claras derivas autoritarias, cuyos referentes no están tan lejos como parece de los populistas neoconservadores de moda en medio mundo del estilo de Marine Lepen o Donald Trump. Por eso no le cuesta mucho encontrar algunos aspectos positivos en las dictaduras que ya saben, en algunos casos “proporcionan paz y estabilidad”. Eso sí, siempre que al frente tengan a hombre de bien como Franco o Pinochet, suponemos y no a tipos como el actual presidente venezolano Nicolás Maduro, cuyo principal defecto, por lo tanto, sería ser de ‘izquierdas’ y no un ‘caudillo’ antidemocrático.

Así que olvídenlo. El momento de Albert Rivera no va a ser este. Al fin y al cabo, es un político joven y quizá disponga de nuevas oportunidades, pero esta vez se dirige directo al precipicio de la irrelevancia. Quizá porque no tiene más remedio, puesto que tiene que servir al interés evidente de quienes le han ayudado a convertirse en un primer espada de la política nacional. Un grupo bien cohesionado de notables, de todos conocido, que no va a dudar en sacrificar a sus peones para salvar la partida y Rivera, se diga lo que se diga, nunca ha sido otra cosa, por el momento.

Sin contar, con lo difícil que resulta mantener durante demasiado tiempo la careta de la amabilidad forzada. Por eso, en este momento complicado, las prioridades del político catalán han cambiado y la ‘regeneración’ democrática que dijo defender ha pasado a segundo plano. Lo único que importa ahora es evitar que la inesperada alianza de las fuerzas de izquierdas se convierta en la segunda opción electoral en número de votos y escaños tras los próximos comicios. No vaya a ser que los débiles equilibrios que mantienen a Pedro Sánchez en el grupo de ‘gentes de orden’, que alguien ha bautizado como ‘bloque constitucionalista’ se rompa.

Ya se sabe que entre los socialistas hay más de una ‘oveja descarriada’ que estaría dispuesta a pactar con Unidos Podemos, o con quien hiciera, falta y a apoyar un desastroso gobierno izquierdista del estilo del que existe ahora mismo en Portugal que, por cierto, a pesar de haber revertido muchas de las políticas antisociales de sus predecesores de derechas, ni han llevado aún al país al caos, ni han sufrido el castigo de la furia descontrolada de Bruselas que quizá sí caiga sobre la ‘ejemplar’ España, dirigida por ese hombre serio llamado Mariano Rajoy que no ha cumplido ni una sola vez con los compromisos que contrajo con sus socios ‘europeos’, y ha fallado una y otra vez a la hora de alcanzar los objetivos de déficit, además de situar la deuda española en el 100% del PIB.

Así que ha sido Rivera, en persona, el encargado de viajar a Venezuela para introducir ese tópico negativo para Iglesias en la próxima campaña electoral. Esas presuntas ligazones financieras del pasado, entre el ‘chavismo’ y el partido morado que parece ser el único elemento de los ataques dirigidos contra el entorno ‘podemita’ desde que se convirtieron en un peligro evidente que se ha mantenido en el tiempo. No lo ha hecho ningún líder, siquiera menor, del PP. Tampoco ningún socialista aún en activo. Ha sido el líder naranja quien se ha visto obligado a dejarse un montón de pelos en la gatera y a fajarse en la mina, para ofrecer munición a todos los demás, a ese Rajoy que, una vez más, no ha tenido ni que mancharse las manos en este empeño.

Con este movimiento, más su anterior viaje a Grecia para ‘preocuparse’ de los refugiados a los que ‘socorre’ allí una conocida ONG de tendencia ultracatólica, Rivera se ha tirado a un barro que ni necesitaba ni le será propicio para marcar ese perfil propio que tanto necesita. Sobre todo, porque como ha quedado claro desde las pasadas elecciones de diciembre de 2015, la capacidad real de Ciudadanos de robar votos a Podemos y su entorno es nula. A lo único que podía aspirar, y le fue bien mientras se dedicó a ello, era a frenar la sangría de sufragios conservadores que, por pura vergüenza, se alejaban de un PP demasiado marcado por los casos de corrupción y buscaban un ‘comando limpio’ en el que depositar su confianza que, además, pudiera mantener en pie el programa político neoliberal que un PP podrido y devastado ya no era capaz de defender.

Ciudadanos no fue la bisagra, ‘no nacionalista’, que tenía que haber sido y que tan bien funcionó en algunas autonomías como Madrid, donde sí consiguió evitar, por la mínima, la debacle conservadora gracias al apoyo prestado a la candidata del PP Cristina Cifuentes. Pero ni siquiera aquel resultado se produjo exclusivamente por los méritos naranjas. Tuvo también que ver, y mucho, la desunión de la izquierda y la falta de un acuerdo entre Podemos e IU que se saldó con los resultados de todos conocidos, muy negativos, por cierto, para la coalición de izquierdas que lidera Alberto Garzón que se quedó sin concejales en la capital ni parlamentarios autonómicos.

Así que si no sirve para eso. Si no garantiza, sin necesidad de los votos socialistas, el mantenimiento del orden establecido para mayor gloria de las fuerzas conservadoras que quieren seguir en el poder, Rivera tendrá que demostrar su utilidad de otra manera. Manchándose las manos, revolcándose en el barro y perdiendo credibilidad a ‘ojos vista’. Una tendencia que, por cierto, ya han empezado a reflejar las encuestas.

Va a ser muy divertido verle actuar, por cierto, en ese debate a cuatro entre los candidatos presidenciales que veremos en televisión. Un momento cumbre en que, según todo parece indicar, el catalán tendrá que culminar el strip-tease político integral que ya ha empezado a protagonizar y ponerse decididamente del lado de Rajoy. Ni le van a dejar hacer otra cosa, ni a él se lo pide el cuerpo. O eso pienso yo. Y, créanme, a pesar de todo, no me gustaría tener razón en este caso.

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