El lujo, lo primero

Consumo

El lujo, lo primero

La crisis está hundiendo a los pequeños comercios. Pero a las joyerías, no. La cosa está chunga como ella sola, pero para el lujo, por favor, que no falte. El lujo es lo primero en esta vida tirando a perra y si alguien lo duda, porque hay gente para dudarlo todo, que se lo pregunten a los rusos, o a los chinos y en cuanto nos descuidemos, a los coreanos del Norte, que esperan ansiosos el momento de incorporarse a la sociedad de consumo. Mucho marxismo, mucha Revolución Cultural, mucha austeridad y mucho cuello Mao para epatar y en cuanto se abre la espita de la libertad y se enciende el neón, ¡ala, todos a comprar! A consumir como descosidos: perfumes, ropa, coches y… joyas, sobre todo joyas.

Para qué engañarnos, a los proletarios unidos y desunidos que en el mundo han sido les encantan las joyas, los relojes de seis mil euros para arriba, los pendientes que lanzan destellos entre las melenas peinadas por Llongueras, y los collares chispeantes para llevar con guardaespaldas y que nunca sabe uno, o sea una, donde guardar. La crisis está hundiendo a los pequeños comercios, aumentando los índices de delincuencia, y poniendo en números rojos a los supermercados, carnicerías y tiendas de comida hecha. Pero a las joyerías, no. A los joyeros, a quienes tienen viviendo sin vivir en sí los rateros o más bien los ladrones con capacidad para alunizar en los escaparates resplandecientes con el brillo recién sacado al oro, la crisis no parece angustiarles gran cosa.

Saben que para algunos dispendios siempre habrá una reservita en la tarjeta de crédito. Tiffanys, por ejemplo, no se arredra ante la pérdida de poder adquisitivo del personal recién inscrito en el INEM y abre sus puertas con el todo Madrid emperifollado por testigo, para que también aquí, antes de que gane Obama, por muchos vetos que Bush nos ponga y muchos impuestos que nos suba Gallardón, podamos desayunar con diamantes.

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