Hoy me he salvado de pillar al jefe de malas. Resulta que ayer me llamaron para hacer méritos, así que estuve toda la tarde acompañando a los compañeros que se dedicaron a cubrir lo que sucedía en Cataluña. Mi labor fue cogerle el teléfono al tipo cuando llamaba para maldecir, matizar o reflexionar según iban saliendo los datos de las elecciones. Así que le he dicho si podía contar un poco lo que me estuvo contando entonces para no tener que preguntarle nada. Y ha accedido.
Cuando más nervioso le recuerdo fue al salir Artur Mas, con el 85% escrutado y el guantazo ya siendo innegable. A mi jefe le pareció especialmente trascendente que Mas saliese acompañado de todos los grandes nombres de CiU para anunciar que la había liado parda. Vamos, que no estuvo dispuesto a comerse el marrón él solito. Mas no ha fracasado. Mas es un hombre que abraza a su pueblo. Ha fracasado, en cualquier caso, el partido.
Tampoco estaba muy contento el hombre con las emociones que despertaba el auge de ERC (que ha conseguido 21 diputados frente a la decena con la que cerró las elecciones del 2010) en casi todas las latitudes. «Pero hombre, si son los mismos datos que en el 2006, se han limitado a regresar a donde estaban antes de aliarse con el Montilla en el tripartito», me comentaba constantemente, sin negar en cualquier caso que su felicidad es comprensible.
La última gran reflexión -dejando de lado el omnipresente fracaso de Mas, claro- tuvo que ver con el PSC. Sí, se metió un batacazo importante. Pero no tan funesto como vaticinaba todo el mundo, incluido él mismo hace unas cuantas semanas. Y eso a pesar de las cuchilladas que ahí dentro están teniendo lugar día sí y día también.
