Algunas veces te preguntan, si eres viajero habitual y presumes de conocer mundo, qué es lo mejor que hay por ahí afuera. Pues para mí, cada cual que opine como quiera, lo mejor de lo mejor es ser mascota en Japón. Japonés, no diría tanto, porque además hay que comer el pescado crudo, pero ser mascota de un japonés o japonesa, que tanto monta, es la repera, maravilloso, oiga. Fíjense que en Japón, donde llevan las cuentas al dedillo, hay veintiún millones y medio de mascotas, mayormente perros y gatos aunque no sólo, y todos viven a cuerpo de Emperador.
Bueno, pues las mascotas son las que mejor viven. No tienen que trabajar de sol a sol, como los sufridos ciudadanos, y disfrutan de un lujo y un confort que sólo los millonarios pueden alcanzar. Además, las mascotas han generado un ámbito de negocios, tanto en la industria como en el comercio o los servicios, que la economía nacional cada vez valora más positivamente. Las ventas de productos para mascotas, desde comidas a vestuario, talabartería y joyas, rondan ya los mil quinientos millones de euros.
Las mascotas también contribuyen a mitigar los problemas que genera el desempleo. Cientos de miles de japonesas y japoneses se ganan el sushi de cada día atendiendo a las mascotas como peluqueros, aeromaterapistas – que dicho sea de paso no sé qué es –, tratamientos de barro, clases de natación o podólogos, porque los pies de los perros y los gatos – los reyes y príncipes de los hogares nipones–, cada vez preocupan más. Lo último para ellos son modelos variados de calcetines para que no se resfríen.
Por supuesto que también están los veterinarios, como profesión de elite, los cirujanos y, sobre todo, los diseñadores de moda de trajecitos, polos, collares, cadenas, correas, etcétera. Las tiendas de moda para mascotas proliferan por las grandes ciudades, tal y como si allí no hubiese crisis y mucho menos una crisis que ha superado ya la docena de años.
