La reina de los caprichos

Opinión

La reina de los caprichos

Creo recordar que en Nueva York Madonna tenía fama de tacaña, pero ya, ya… Nada más reñido con la austeridad reinante que sus caprichos, convertidos en exigencias de obligado cumplimiento en cada ciudad donde actúa. Estos días estuvo en Barcelona y ahora se pasea por Europa dando el peor ejemplo imaginable de la exigencia de recortar gastos. En los escenarios encandila al personal, que no para de admirar sus contorsiones y su desparpajo. Pero en los hoteles donde se aloja impone el terror con sus pretensiones, a menudo pintorescas si no ridículas.

Para empezar exige que las habitaciones que van a ocupar tanto ella como su hija Lourdes, de la que no se separa, se desalojen completamente antes para que sus servidores coloquen los muebles que siempre la acompañan en un derroche de gastos de transporte. Quiere sentirse siempre en su propia casa. Luego quiere flores, cosa lógica, por todos los rincones; flores – rosas y lilas — cuyos colores hagan juego con las cortinas, colchas, toallas y paredes que si hace falta se pintan de nuevo, y, eso es lo más importante, cortadas de manera que los tallos sean exactamente de quince centímetros. Ni más ni menos.

Obviamente Madonna no viaja sola y su séquito sólo resulta comparable con el de algunos monarcas árabes cuando arriban a Marbella para veranear. Doscientas personas entre las cuales hay de todo: técnicos de sonido, guardaespaldas, secretarias, médico, acupuntor, maestro de yoga y, naturalmente, un jefe de personal con sus ayudantes para imponer disciplina y orden a semejante despliegue humano. La divina es ella que, además, requiere en el dormitorio una centralita telefónica exclusiva con veinte líneas listas para hacer y recibir llamadas de todo el mundo. Se ignora para qué tantas.

No es un buen ejemplo, desde luego, en los tiempos que corren. Imagino que Angela Merkel no se habrá enterado y ella me temo que ignora que, aunque no lo parezca, estamos en crisis.

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