Medusas en la costa

Opinión

Medusas en la costa

Antes eran moros los que asustaban, pero ahora en la costa lo que alarma son las medusas. Hay medusas en la costa, se exclamaba el otro día en los alrededores de una playa valenciana, y los bañistas saltaban del agua despavoridos. Unos años atrás me abrasaron a mí, sí, si, a mí en persona, unas medusas asesinas cuando inconscientemente me lancé al agua en una playa de Long Island, en los Estados Unidos.

Nunca me había imaginado que las medusas, tan fofitas y frágiles ellas, fuesen tan agresivas. ¡Joder, como escuece su veneno! Salí del agua tiritando. Menos mal que en el hotelito de la playa, un hotelito de madera con aspecto de languidecer en sus goteras, se las sabían todas. «Traigan rápido un entrecot», ordenó el recepcionista. Cuando apareció un pinche de cocina con un entrecot crudo en un plato, ante mi asombro en la tiritona, alguien me ordenó: «No se quede ahí pasmado, hombre. Entre en la cabina telefónica, que el aseo está muy lejos, despelótese y restriéguese con la carne por todo el cuerpo. Es mejor remedio que cualquiera que le den en el farmacia, aparte que la farmacia los sábados está cerrada».

Vencí el saquete y me froté con la carne la piel como haría un poseso, mayormente del ombligo para abajo. La sensación era repugnante, nauseabunda casi, pero el efecto fue inmediato. Cuando apareció un medicucho con peores pulgas que las propias medusas a ver qué ocurría, yo ya estaba muerto de la risa, reclamando una ducha para quitarme de encima la sensación del masaje con tan sorprendente ungüento y listo para contarlo a quien quisiera escucharme.

Me permito recordarlo por si alguien en apuros quiere aprovecharse de mi experiencia, desagradable pero gratuita. Ni siquiera, cosa bastante rara en los Estados Unidos, quisieron cobrarme el entrecot, que tanto había desgastado sobre mi piel, particularmente en piernas y partes pudendas. Que nadie piense que lo devolví usado para que se lo endilgaran al primer cliente del restaurante.

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