El hambre que no cesa

Opinión

El hambre que no cesa

En los organismos internacionales, particularmente la FAO, están la mar de contentos porque por primera vez en quince años ha disminuido el número de personas que pasan hambre en el mundo. Todavía quedan muchos seres humanos que se mueven por la tierra con el estómago vacío y sin perspectivas de llenarlo todos los días. Exactamente, 925 millones, que se dice pronto, pero ya menos de mil millones, que es lo que reconforta y alegra a los responsables de encontrar la manera de proporcionarles comida. Ya no es tiempo de milagros y por lo tanto hay que revestirse de paciencia y conformarse con ver recortarse la cifra. No es fácil si se repara el sufrimiento de tantos hombres, mujeres y niños que no han tenido la suerte, que otros sí compartimos y no apreciamos, de haber nacido y de vivir en países donde los problemas que plantea la subsistencia no llegan a carecer de lo más elemental para que el cuerpo se sostenga en pie.

En el drama del hambre en el mundo hay un dato particularmente estremecedor y es el de ese niño que se muere cada seis segundos, en menos tiempo del que se tarda en contarlo, por carencias en la nutrición, es decir, por no comer lo necesario para conservar la vida. La disminución del número de personas que pasan hambre es la consecuencia del desarrollo que han experimentado algunos países emergentes en el campo de la economía, como China, Brasil e India. En números absolutos, Asia es todavía el continente que alberga mayor número de hambrientos, más de quinientos millones. Allí está el país que ostenta en penoso honor del ranking del hambre, Bangladesh, y con Bangladesh otros no menos afectados, como Pakistán e Indonesia, y otros que como China e India que todavía no son capaces de alimentar a sus gigantescos censos demográficos.

Africa no tiene tanta población, pero porcentualmente es la que más sufre este problema, y quizás la que vislumbra menos posibilidades de erradicarlo.

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