La reina del despilfarro

Opinión

La reina del despilfarro

Mala suerte, o mal ojo, vaya usted a saber, han tenido los príncipes británicos a la hora de elegir esposas. Todavía no se ha olvidado, ni se olvidará en siglos, el descalabro matrimonial del heredero Charles. Pero a la imagen tan esbelta como casquivana de Lady Di incluso le gana la de su cuñada Sarah Ferguson, ex de Andrew. Sus escándalos de piscina con amante chupándole en público los dedos de los pies hace tiempo que han dejado de ser noticia hasta para los tabloides más amarillos de Londres. Pero sus escándalos financieros, con acreedores con el cazo extendido para cobrar lo que es suyo, lejos de difuminarse cobran intensidad conforme transcurren los meses y las deudas siguen acumulándose. El amor, el sexo y la frivolidad pasan y medio se olvidan, pero el dinero, no; lejos de ocultarse en el baúl de los recuerdos, genera intereses que van incrementando el principal y volviéndole cada vez más reivindicable. La Ferguson es una bon vivan de mucho cuidado capaz de fundirse millones de euros con la misma facilidad con que otros se comen un helado de fresa al lado de la piscina. Las leyendas sobre sus caprichos, alegrías y derroches, entremezclados por depresiones propiciadas por la resaca y la falta de liquidez, son antológicas. Los que la conocen aseguran que cuanto toca en efectivo lo hace desaparecer como por ensalmo. Sus incursiones en el mundo de los negocios, entremezcladas con experiencias corazoniles o simples juegos de entrepierna, han acabado en desastres sin paliativos. Ganó mucho trapicheando con sus imagen principesca y aún con mayor facilidad, lo dilapidó en viajes, fiestorrios y juergas bien regadas con alcohol y demás ingredientes necesarios para que al cuerpo no le faltase de nada. Ahora la mujer, que ya no sabe qué hacer para mejorar su maltrecha tesorería, se debate también con el capricho de su hija, la veinteañera y también ligera de cascos princesa Beatriz, que pone en peligro la perpetuación de su sangre azul liada con un camarero.

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