La extraña pareja

Cataluña

La extraña pareja

Diego Carcedo

No es probable que Donald Trump, el nuevo presidente de los Estados Unidos, sepa quién es Artur Mas ni consta que le importe, pero de algunas maneras le secunda. Hay muchas coincidencias entre Artur Mas y Donald Trump (extraña pareja vive Dios) pero ninguna tan elocuente como su desprecio hacia las reglas de la democracia. El ex presidente catalán está siendo juzgado estos días por actuar al margen de la Constitución y retar la legitimidad de la Justicia para someter sus actos  a la consideración  de la Ley. Aunque presume de demócrata, no acepta la división de poderes y que el Judicial, paralelo al que él ostentaba,  se entrometiese en sus iniciativas personales.
 
Su tradición de probable desacato a la legalidad, puesta en evidencia en declaraciones y amenazas,  se ha revitalizado estos días ante la proximidad del juicio, al que ya está siendo sometido, por provocar un referéndum sobre cuya ilegalidad estaba sobradamente avisado. Sus argumentos rayan con la condición mesiánica que ha asumido en su política secesionista y frentista. Y no duda en procurar con dinero público y técnicas populistas, implicar a la sociedad catalana a presionar y condicionar la libertar de los tribunales.
 
Mal podría ir un país si sus dirigentes empiezan a exhibir la falta de respeto a las leyes y a quienes las aplican. Artur Mas está dando pruebas de que su sentido democrático coincide más con el autoritarismo de los dictadores que con los principios de los dirigentes que consiguen el poder gracias a los votos de los ciudadanos y a la organización neutral que se han dado para ordenar su convivencia en libertad y respeto. En los últimos días a Mas le ha surgido un pintoresco e inquietante imitador.
 
No es probable que Donald Trump, el nuevo presidente de los Estados Unidos, sepa quién es Artur Mas ni consta que le importe, pero de algunas maneras le secunda. Desde que llegó a la Casa Blanca no ha cesado de promulgar órdenes ejecutivas sin detenerse a mirar si se ajustan a la Constitución centenaria del país, si violan derechos adquiridos o si su arbitrariedad no choca ni con los límites establecidos por la Ley  ni con quienes tienen la obligación de interpretarlos y, llegado el caso, impedirlas.
 
Estados Unidos está sustentado por un complejo reparto de poderes que además de mantener un equilibrio constante garantizan que ningún arribista, entre tantos como surgen, consiga alterarlos. Hace escasas horas, un juez federal, haciendo uso de sus funciones, frenó en seco la prohibición de entrada de ciudadanos de siete países musulmanes decretada por el Presidente sin ninguna razón concreta y, en su opinión,  sin legitimidad para hacerlo.
 
Trump, de la escuela de Artur Mas, no se ha quedado callado. No concibe ni acepta que todo un presidente de los Estados Unidos no pueda hacer y disponer lo que le dé la gana. El recurso que presentó, inmediatamente fue rechazado y la prohibición a que la orden siga en vigor se mantiene mientras el Presidente, que se siente desautorizado y de hecho lo está siendo, protesta y patalea sobre la alfombra del despacho Oval igual que lo haría un niño caprichoso.   

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