Pana ‘versus’ coleta

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Pana ‘versus’ coleta

La reacción de la ‘gente de orden’ ante el fenómeno Podemos oscila entre el temor y el desprecio. Pero los nuevos movimientos sociales han venido para quedarse. La irrupción en el panorama político de los nuevos movimientos sociales y la sorpresa que han supuesto los resultados obtenidos por Podemos en las elecciones europeas, han provocado una reacción en los ambientes conservadores que oscila entre el temor y el desprecio. Una respuesta que se produce ahora, mediado el ecuador del mes de junio de 2014, y que merece probablemente ser comparada con la que experimentaron las mismas gentes de ley y orden en 1974, cuarenta años atrás.

En aquella época, cuando el ‘franquismo’ daba sus últimos coletazos, el PSOE, que por entonces suponía poco más que unas siglas históricas, vivió un acontecimiento también sorprendente e inesperado en el congreso que celebró en el exilio, en la ciudad francesa de Suresnes. Allí, ante la sorpresa de todos, un piquete de jóvenes universitarios, aparentemente iconoclastas, se hizo con el control del partido.

Aquellos muchachos, que hacían de los trajes de pana su seña de identidad o, al menos, así lo percibía la sociedad, emergieron con fuerza. Contaban además con la tutela de fuerzas exteriores. En lo teológico, tuvieron el apoyo de la Internacional Socialista, que lideraba el socialdemócrata alemán Willy Brandt y en lo pecuniario dispusieron de los petrodólares del venezolano Carlos Andrés Pérez.

Cuando ese grupo de descamisados con Felipe González al frente, saltó a la palestra aún corría el riesgo a cuenta de sus actividades, de recibir una orden de ingreso que les condujera como presos políticos a las cárceles de Carabanchel o La Modelo.

Sin embargo, apenas unos años después habían colgado las panas y se disponían a gobernar el país. Y lo hicieron, con mucho éxito y brillantez en lo económico y en lo social, aunque mejor será reservarse la opinión derivada de su trayectoria en lo puramente político, bastante más dudosa.

Aún así, sería bueno recordar, por tener una idea más o menos realista, de todo el conjunto que aquellos fueron también unos años de la economía tambaleante, en los que la sociedad estaba asustada y a punto del desgarro, atrapada entre las asonadas militares y amenazas de golpe de estado y las huelgas de los sectores industriales que fue necesario reconvertir. Y a todo ello, hay que sumarle además, las decenas de muertos que, en aquel tiempo ETA ponía sobre la mesa.

Cuarenta años después de aquello nos encontramos otra vez en una situación de transición, marcada por la abdicación de Juan Carlos I que sitúa la Jefatura del Estado en un tránsito un tanto singular que culminará con la proclamación de Felipe VI, en medio de un ambiente político enrarecido que tiene a los ciudadanos hastiados y listos para acercarse a cualquier propuesta nueva que les aleje de ese panorama imposible.

Los ciudadanos tienen poco que esperar del PP, el partido del Gobierno, corroído hasta el tuétano por la corrupción, o del PSOE, el principal partido de la oposición, destripado en plaza pública en busca de un líder que sea capaz de refundarlo.

Y, a la vez, parece que la izquierda convencional que representa IU está a punto de volver a interpretar un papel de referente, más o menos testimonial, similar al que le tocó jugar al PCE en aquellos tiempos de la década de los setenta del pasado siglo a los que nos hemos referido antes.

Y en este terreno abonado ha surgido la opción de cambio que representan los movimientos sociales emergentes. Los nuevos vientos que traen unos jóvenes, también universitarios en este caso, pero que en lugar de las panas han dado en ser identificados por el largo apéndice capilar que luce su líder, Pablo Iglesias.

Y sí el PSOE de Felipe González fue la palanca de modernización de la sociedad española en el periodo de reinado de Juan Carlos I, tal vez, Podemos este llamado a jugar un papel parecido tras la proclamación de Felipe VI. En cualquier caso, el tiempo lo dirá.

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