La bibarba real

Opinión

La bibarba real

El sector barbado de nuestra sociedad masculina, del que hace tiempo me honro en formar parte, se ha incrementado este verano sosote y agitado con dos miembros muy importantes. El Rey y el Príncipe han coincidido en dejarse barba y en lucirla en todo su esplendor en la Mallorca de sus vacaciones estivales. Ignoro si se han puesto de acuerdo previamente en su actitud de afeitadoras caídas o si se trata de una de esas coincidencias que de vez en cuando se dan en la vida incluso entre padres e hijos. Los expertos, más bien las expertas, coinciden en que a ambos les queda bien el nuevo look, al menos en las fotografías que publica ¡Hola!, así que es de esperar que les dure y lo disfruten. Ya sé que no cabe comparación, pero un servidor lleva más de treinta años sin apearse la barba, y la mar de contento que se siente con ella, mayormente por las mañanas cuando se percata de las ventajas que tiene no tener que asumir el coñazo de afeitarse, coñazo que gravita sobre todo sobre los que somos vagos de vocación y adolecemos de piel sensible. La bibarba real ha sido un aliciente del aburrido agosto que acabamos de despedir con honores de funeral de tercera. El otro fueron los bikinis de la duquesa de Alba y, menos, de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. ¿Quién dijo que lucir cintura es sólo para las veinteañeras? Gracias a estos destellos sociales el personal tuvo algo de qué hablar ya que no de dinero para gastar. Porque la crisis afectó tanto a los chiringuitos que sobreviven como a los restaurantes de cinco tenedores que todavía no han cerrado. Fue un agosto que hasta nos devolvió la crispación política que algunos peperos se empeñan en revitalizar con historias de teléfonos pinchados, como en tiempos de Franco, a ver si así pueden obtener mejores réditos electorales. Por lo demás, pues que viene la avalancha de la gripe A que nos tiene sin vivir en nosotros a todos, perdón, y… a todas, claro.

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