La UE se reinventa

La UE se reinventa

Tras un año durísimo por la pandemia y el Brexit, Bruselas pone en marcha un plan de relanzamiento que supone un cambio radical en su trayectoria

Banderas de la Union Europea

La Unión Europea (UE) cierra el ejercicio mucho mejor de lo que podía esperarse hace solo un mes. Ha logrado certificar una salida aceptablemente ordenada del Reino Unido (y como ha subrayado el negociador jefe, Michel Barnier, ha enviado un mensaje contundente a quienes tuvieran la tentación de irse) y, sobre todo, ha encarado la crisis derivada de la pandemia con un recurso extraordinario, el denominado Next Generation EU, un plan de recuperación de 750.000 millones de euros, de los cuales 500.000 serán en subvenciones y el resto en créditos. Por primera vez la UE se endeudará con el respaldo de todos y cada uno de los 27 estados miembros para disponer de esa cantidad que debería ayudar a una profunda renovación de la estructura económica comunitaria -principalmente en los países del sur, España, Italia, Portugal, Grecia- y un impulso para recuperar el crecimiento dañado gravemente desde marzo a causa de los confinamientos.

Cuando en diciembre de 2019 tomó posesión la conservadora alemana Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión, tras no pocos avatares -tuvo que cambiar tres comisarios, rechazados por el Parlamento-, lanzó un doble mensaje sobre las prioridades de su mandato: Pacto Verde, es decir lucha contra el cambio climático, y Estrategia Digital, modernización profunda en un ámbito en el que Estados Unidos y China van muy por delante.

Pero en marzo la pandemia pilló a Bruselas desprevenida por completo. Las primeras semanas fueron un cúmulo de despropósitos. No hubo la más mínima solidaridad con Italia, la primera en pedir ayuda por la escalada del virus, ni planificación en el caótico cierre de fronteras del mercado único, que es justamente la base de la Unión. El brutal impacto sobre la economía durante el segundo trimestre abrió el camino para un giro copernicano en cómo afrontar la crisis. El primero en reaccionar fue el Banco Central Europeo (BCE) con un plan de compra masiva de deuda e inmediatamente después Bruselas puso en marcha tres mecanismos (reforzamiento del MEDE previsto para rescates; SURE de ayudas directas a los ERTES y una línea especial del Banco Europeo de Inversiones). Lo verdaderamente clave fue, sin embargo, la creación del Next Generation EU, adoptado en la larguísima cumbre de julio de presidentes y primeros ministros. Reclamado por los países más azotados entonces por la crisis, Italia, España y Francia entre ellos, se encontró con la resistencia inicial de Holanda, Suecia, Dinamarca y Austria (conocidos como los frugales) pero el decisivo cambio de posición de Alemania (que en la crisis de 2008 apostó drásticamente por la austeridad) abrió la puerta al entendimiento final. Angela Merkel había entendido que el avance de los populismos estaba basado en gran parte en la falta de respuesta de Bruselas a las demandas sociales de los peores años de la crisis.

Pero en el verano quedaban pendientes poner en marcha ese fondo, incluido en el Marco Financiero Plurianual (MFP) 2021-27, es decir el presupuesto comunitario, formalizar un acuerdo comercial con el Reino Unido tras el Brexit y buscar la fórmula para contener el permanente desafío de las democracias iliberales, principalmente Hungría y Polonia.

Y en otoño parecía imposible llegar a algún acuerdo, sobre todo cuando las conversaciones con Londres superaron una y otra vez las fechas previstas, el rebrote del virus amenazaba con nuevos cierres y el Parlamento Europeo endureció la vinculación del reparto de fondos comunitarios al cumplimiento del Estado de Derecho, un arma que muchos europeístas llevaban reclamando desde hace años. Hungría y Polonia vetaron el Marco Financiero, inquietos por esa vinculación, y con ello impedían el desarrollo de todo el proyecto comunitario. Pero en unos días decisivos de diciembre se aclaró todo: Alemania que presidía por turno la UE en este semestre encontró una fórmula que sirviera a polacos y húngaros para despejar el veto; Barnier logró cerrar in extremis pasadas las 2 de la tarde del día de Nochebuena un acuerdo con Londres y hasta pudo anunciarse que las primeras vacunas -que la Comisión había adquirido para todos los países en una gestión centralizada- contra la Covid-19 podían inyectarse, de manera coordinada, a partir del 27 de diciembre en todos los países.

El año entrante será el primero de una nueva era en esta Europa que se sobrepuso a casi todos los desafíos. Una Europa de la que pueden extraerse algunas conclusiones: la fórmula del acuerdo de las grandes corrientes políticas (conservadores, liberales, socialdemócratas y, en muchos casos, Los Verdes) que gobiernan en Bruselas es un camino seguro para lograr grandes cambios; la unión inquebrantable durante la negociación frente al Reino Unido, que buscó por activa y por pasiva quebrar esa unanimidad, ha sido muy eficaz; la gestión centralizada de las vacunas, por ejemplo, ha demostrado que también es útil en esas operaciones.

El mensaje está claro: La UE funciona bastante mejor de lo que proclaman sus críticos, puede parecer lenta, pero finalmente encuentra las fórmulas para impulsar su desarrollo y, a pesar del salto adelante que ha dado, los grandes retos, como el de una población demasiado envejecida, siguen ahí. Pero mejor afrontarlos desde una perspectiva comunitaria que cada uno por su cuenta. Europa es un buen remedio porque sabe reinventarse.

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