Un mes de espera

Investidura

Un mes de espera

Han transcurrido varios meses, el calendario apremia y lo peor es que no se vislumbran avances en una negociación enrocada en actitudes intransigentes.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Tenemos un mes de espera. Esto de la política es como los hospitales. Hay que revestirse de paciencia. Los políticos nos están dando el pésimo ejemplo de que hay que esperar. Quizás se olvidan, eso sí, de que el que espera se desespera. Y los ciudadanos empiezan a estar hartos de esperar pagándoles religiosamente sin que terminen de resolver. Dentro de treinta días se acaba el plazo para formar Gobierno.

Si no hay acuerdo para el 23 de septiembre, si ni siquiera llegan a asumir que todo el litigio es cuestión de abstenerse en la investidura, comenzará una nueva etapa: la espera en medio de otra campaña electoral — y no recordamos cuantas llevamos ya –, para la convocatoria de unas nuevas elecciones que tampoco ofrecen garantía de que no devuelvan la situación al punto de partido. La gente no cambia de voto con tanta premura.

Hay quien tiene la suerte de contemplar la crisis desde la distancia y asegura, imagino que casi nunca en serio, que se puede pasar sin tener Gobierno. Pero la inmensa mayor parte de los españoles sabemos que no. Hay muchos problemas que no se van a resolver solos y muchas iniciativas que urge emprender para que la vida siga su curso adelante. La situación actual se vuelve insostenible.

Lo malo es que esto que pensamos y sufrimos muchos no parece impulsar a los partidos políticos, a todos sin excepción, a poner en marcha los resortes que tienen en sus manos para salvar su responsabilidad con quienes les votan y con quienes les financian. Han transcurrido varios meses, el calendario apremia y lo peor es que no se vislumbran avances en una negociación enrocada en actitudes intransigentes.

Estos días hemos escuchado la nueva propuesta de Unidas Podemos en su empeño casi infantil de formar un Gobierno de coalición con un socio que ya ha dicho por activa y por pasiva que no lo acepta. El PSOE se aferra a su mayoría para gobernar pero no para compartir el poder con quienes ofrecen defender o liderar posiciones que atentarían con algo tan sagrado como es la unidad nacional.

Los otros dos grandes partidos, PP y Ciudadanos, se desentienden, esperando que sus adversarios consoliden el fracaso. Desde un punto de vista estratégico, es una actitud comprensible y hasta lógica. Llevado al extremo de la situación actual, su actitud es arriesgada. Si lo que pretenden es que se forme un Gobierno condicionado por independentistas y populistas, mal favor le prestarían al país.

Se cargarían de argumentos contra los socialistas por aceptar esos compañeros pero a cambio de todos los riesgos que eso podría representar para España y para los españoles. Esta situación se agrava en las circunstancias que estamos viviendo a las que nos enfrentamos a corto plazo. El conflicto catalán se reactivará cuando se conozca la sentencia contra los políticos presos y afrontarla exige a los partidos constitucionalistas unidad.

Mientras tanto, el país continuará si actualizar los presupuestos, manteniendo la incertidumbre de los pensionistas, sin posibilidad de afrontar inversiones urgentes, sin capacidad para ejercer la influencia necesaria en el ámbito internacional y para que las cámaras puedan legislar sobre tantas cuestiones como se hallan a la espera.

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