La Almudena, ¿santuario franquista?

Exhumación de Franco

La Almudena, ¿santuario franquista?

La catedral podría convertirse en un lugar de manifestación política que necesitara de un servicio de guardia permanente.

Cementerio de La Almudena.

¿Quién quiere realmente que los restos del general Franco reposen en la catedral de La Almudena? La pregunta, que casi nadie se hace, tiene una respuesta clara y precisa: los familiares. Pero, ¿alguien más? Pues me imagino que los nostálgicos del Régimen. Bastantes a primera vista, aunque tampoco demasiados. También habrá quien piense que los curas, intentando sintetizar la imagen de la Iglesia. A primera vista puede parecerlo. Y más a quienes desconocen u olvidan la inteligencia con que el clero, desde la Curia para abajo, maneja siempre estos asuntos.

No es por casualidad que la Iglesia lleva 2.000 años capeando temporales y sobreviviendo a todo tipo de avatares religiosos, políticos y sociales. Este es uno que pone a prueba su inteligencia colectiva. Algunas personas opinan que al arzobispado de Madrid, y a la jerarquía eclesiástica, les interesa. Piensan que una placa recordando que allí yace el Caudillo atraerá a muchos visitantes dispuestos a rendirle honores patrióticos y de paso a depositar mayores óbolos en los cepillos. Podría ser, el tiempo lo diría. Pero que el dinero no lo es todo, también es aplicable a las autoridades católicas.

Falta saber si también el sepulcro del dictador no acabaría robándoles el protagonismo a los santos que allí se veneran. Lo que sí es fácil predecir es que su presencia propicie el rechazo para unos devotos que atractivo para otros. No ocurrirá con los feligreses más beatos, pero sí con otros que comparten sin fanatismo político los valores que la Iglesia encierra y predica. El recuerdo para muchos ciudadanos, que la historia familiar mantiene vivo, es probable que provoque animadversión. Y a la Iglesia, que no está en un momento exuberante, tanto como mantener la fe de los beatos le interesa captar la de otros creyentes potenciales. La Almudena más que un centro de peregrinación podría convertirse en un lugar de manifestación política.

Para empezar, choca que un feligrés, por importante que haya sido en vida, sea enterrado en un templo. Ocurrió en el pasado, pero en el presente es una anacronía. Parece lógico que ese lugar privilegiado se reserve para autoridades eclesiásticas o para personas que han visto reconocida su santidad o beatitud, pero no es el caso. Los restos de Franco merecen el respeto que es obligado a cualquier difunto y deben reposar en un lugar digno, no en un enterramiento colectivo de víctimas de la violencia, pero si en un cementerio donde pueda recibir la visita y el cariño de sus familiares.

¿Alguien puede imaginarse a Mussolini enterrado en la capilla Sixtina, a Petain en la catedral de Notre Dame o a Salazar en la Sé de Lisboa? Semejantes honores sólo son reconocidos en sus países a líderes comunistas como Lenin y Stalin, Mao o la dinastía norcoreana de los Kim. Y ni la democracia española, que defiende la igualdad entre los ciudadanos, ni la ideología que dejó el Generalísimo encaja con semejante tradición. La Almudena es una catedral de todos los madrileños, no sólo de unos pocos.

Hace algunos días, un pintor espontáneo profanó la tumba de Franco en el Valle de los Caídos. Es algo que no puede por menos de ser calificado de reprobable. Pero es un aviso de lo que ocurriría si la tumba estuviese en La Almudena, un recinto abierto a todos en el centro de la capital. Enterrar allí a Franco deberá incluir la creación de un servicio de guardia permanente. Y sería un riesgo de acciones de esa naturaleza Mientras los fieles normales lo que buscarán ante sus altares es poder rezar en paz.

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