Guinea Ecuatorial, medio siglo de independencia

Guinea Ecuatorial

Guinea Ecuatorial, medio siglo de independencia

Cuando en 1968 Fraga firmó la transferencia de soberanía al nuevo Gobierno ,Guinea Ecuatorial estaba en el ranking de los países más pobres del continente y hoy se halla entre los más ricos y corruptos.

Teodoro Obiang Nguema

Guinea Ecuatorial, la única excolonia española en el África Subsahariana, ha cumplido estos días pasados -concretamente el jueves- cincuenta años de independencia. Y lo celebra con unas cifras macroeconómicas impensables entonces. Ha pasado medio siglo durante el cual el país atravesó por múltiples vicisitudes, pero ninguna tan importante como el cambio espectacular que ha experimentado la globalidad de su economía.

Cuando el 12 de octubre de 1968 el ministro Manuel Fraga Iribarne, como representante del Gobierno español, firmó en Malabo (hasta ese momento Santa Isabel) la transferencia de soberanía al nuevo Gobierno y se izó por vez primera la bandera nacional del nuevo y territorialmente reducido Estado, Guinea Ecuatorial estaba en el ranking de los países más pobres y austeros del continente y hoy se halla entre los más ricos y corruptos.

El hallazgo y puesta en explotación de grandes reservas de petróleo cambió completamente la imagen del territorio. Hace un cuarto de siglo no había ni un kilómetro de autopista en su geografía y actualmente tanto las islas como la región continental cuentan con una moderna red de comunicaciones. Quedan lejos aquellos meses previos a la independencia en que la política de la Dictadura se debatía entre los mandatos de la ONU y el temor al efecto de la pérdida del último reducto colonial. Paralelamente el desnivel entre ricos recientes y pobres tradicionales se incrementado de manera espectacular.

En los años sesenta del siglo pasado en Guinea Ecuatorial existían partidos políticos tolerados por el Régimen lo cual, paradójicamente, estaba rigurosamente prohibido y perseguido en España. Para la oposición clandestina, que ya empezaba a reactivarse tras los años de hierro de la postguerra, la presencia en Madrid durante meses de los negociadores guineanos en su inédita pluralidad era novedosa. Las relaciones que entonces se establecieron fueron políticamente fructíferas. Algunos miembros de la oposición clandestina al Régimen eran acusados de estar trabajando contra los intereses españoles.

Para los demócratas aquello fue como una bocanada de oxígeno colaborar con los políticos guineanos en su empeño por conseguir las mejores condiciones para la independencia y para los negociadores guineanos, una ayuda muy estimable. Pasado el tiempo escuché contar a José Antonio Novais, el inolvidable corresponsal de Le Monde, la anécdota de que cuando ya las negociaciones se hallaban bastante avanzadas, un pequeño grupo de amigos de ambos países, reunidos una madrugada en un bar de copas de la Gran Vía, dibujaron en una servilleta de papel la bandera del futuro Estado.

El Gobierno enfrentaba el proceso a regañadientes y trataba de salvar los intereses, que algunos empresarios españoles tenían en el país, especialmente madereros y exportadores de cacao. Portugal, en pleno salazarismo, se quejaba y presionaba por su parte ante el mal ejemplo que suponía para su obstinación en mantener sus colonias en África -Angola, Mozambique, Guinea Bissau, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe- El desprendimiento de Guinea la dejaba frente el mundo a la opinión pública internacional como el último imperio colonial.

El propósito del Gobierno español era crear un Estado formalmente independiente, pero en buena medida tanto su seguridad como su economía continuaran vinculadas a España: La Guardia Civil continuó presente en las principales ciudades y la peseta guineana mantuvo durante algún tiempo la paridad con la española. Un propósito que enseguida empezó a frustrarse cuando el Gobierno de Macías, escudado en la denuncia de un intento de golpe de Estado, se deshizo de los ministros afines al mantenimiento de la vinculación con España y entró en una fase de estricto aislamiento.

Durante un largo periodo de tiempo las relaciones entre los dos países estuvieron interrumpidas. España mantuvo la cooperación en algunos campos y siempre demostró voluntad de considerar a Guinea Ecuatorial como parte de la hispanidad del mismo modo que el idioma común y la cultura la vinculan a una buena parte de América Latina. En estos años últimos las relaciones han sufrido altibajos pero en general han sido cordiales y productivas.

Para muchos ciudadanos, y para los partidos políticos españoles, la situación en Guinea Ecuatorial es objeto de frecuentes críticas, tanto por la falta de libertades y de respeto a los derechos humanos como por la corrupción que han generado los ingresos que proporciona el petróleo como por la escasa repercusión que las nuevas perspectivas económicas estáteniendo en el nivel de vida de muchos guineanos que continúan viviendo bajo el umbral de la pobreza.

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