El colapso de Lehman Brothers, un terremoto que aún sacude el mundo

Lehman Brothers

El colapso de Lehman Brothers, un terremoto que aún sacude el mundo

La consecuencia fueron profundas grietas sociales, porque mientras que los banqueros responsables prácticamente no sufrieron consecuencias, la que pagó el pato fue la población en general.

Lehman Brothers

Los banqueros salían del edificio con sus cosas en cajas de cartón y fotos de corredores de Bolsa desesperados dieron la vuelta al mundo: este sábado 15 de septiembre se cumplen diez años del colapso del banco de inversiones estadounidense Lehman Brothers, que estuvo a punto de llevarse por delante toda la economía internacional.

Con cientos de millones de dólares en créditos de emergencia que salieron de los bolsillos de los contribuyentes y drásticas bajadas de los tipos de interés, los Gobiernos y bancos centrales intentaron salvar a otros bancos y frenar la caída de la coyuntura.

Al final se evitó lo peor, pero el precio que se pagó por ello fue muy alto. Y el balance no deja de ser desolador. Una década después, la crisis sigue pasando factura política y social y se plantea la pregunta de si el mundo está mejor preparado ante algo así.

«Nunca olvidaré el 15 de septiembre de 2008», dice el economista jefe del banco alemán Commerzbank, Jörg Krämer. En sí, la quiebra de Lehman no fue más que un paso más en la escalada de la crisis, pero ha quedado grabada como uno de los peores capítulos en la historia de la economía mundial: millones de personas se quedaron sin trabajo, muchos perdieron sus viviendas o sus ahorros y fueron arrastrados a la pobreza.

La consecuencia fueron profundas grietas sociales, porque mientras que los banqueros responsables prácticamente no sufrieron consecuencias, la que pagó el pato fue la población en general. La indignación que causó este hecho es el origen de muchos movimientos radicales actuales, tanto de izquierda como de derecha.

¿Por qué se llegó a esto? «Lehman no era un banco especialmente grande, pero estuvo a punto de arrastrar al abismo al sistema financiero global», dice Harold James, experto de la Universidad de Princeton.

Con sus innumerables filiales y entidades creadas para cumplir determinadas tareas específicas, Lehman era un típico ejemplo del complejo entramado financiero en el que los créditos inmobiliarios morosos se empaquetaban en forma de títulos tóxicos y se vendían a inversores de todo el mundo con el cuestionable sello de garantía de las agencias de rating. Cuando comenzaron a caer los precios en el mercado inmobiliario estadounidense y las hipotecas de los ciudadanos hiperendeudados se convirtieron en papel mojado, estas vinculaciones internacionales desataron un incendio global.

Aunque la peor crisis financiera mundial desde la Gran Depresión de la década de 1930 tuvo su origen en Estados Unidos, sus consecuencias llegaron a todo el mundo y obligaron a muchos Gobiernos a salir a garantizar los depósitos para evitar una retirada masiva de dinero y un colapso bancario.

«Solamente la intervención del Estado puede devolver la confianza necesaria», dijo en una comparecencia de urgencia la canciller alemana, Angela Merkel. «No lo hacemos por los bancos, sino en interés de los ciudadanos». Pero muchas personas opinaron lo contrario. Y la crisis del sector privado pasó rápidamente al público. Las protestas fueron masivas en Grecia, donde la deuda pública trepó a más del 130 por ciento del producto interno bruto (PIB).

«Si se hunde el euro, se hunde Europa», fue el lema que repetía Merkel incansablemente en los momentos en que parecía posible la desaparición de la moneda común. Y a la sombra de estas turbulencias nacieron movimientos como el del 15-M en España (indignados), Occupy Wall Street o el conservador Tea Party en Estados Unidos, el Movimiento 5 Estrellas italiano o la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), de signo opuesto en muchos casos pero que tienen en común definirse como antisistema.

Además de ir contra los partidos tradicionales a los que se ven como corresponsables de la crisis -también en Grecia con la Coalición de la Izquierda Radical​ o Syriza​ del primer ministro Alexis Tsipras-, estos movimientos encarnan la inseguridad de muchos ciudadanos en medio de la crisis. Situación de la que seguramente también emerge en última instancia la Presidencia de Donald Trump.

Un análisis de los expertos Christoph Trebesch y Manuel Funke, del Instituto de Economía Mundial de Kiel, llegó a la conclusión de que los partidos de derecha salieron reforzados de la crisis. La Liga en Italia, AfD, los Demócratas de Suecia o el noruego Partido del Progreso son «hijos de la crisis financiera», escriben.

Su efecto fue muy disruptivo en el sistema político. «Los sistemas bipartidistas estables durante mucho tiempo fueron descartados, los partidos que habían gobernado durante años tuvieron que contentarse con porcentajes de voto de un solo dígito, mientras que los partidos populistas recibían un enorme impulso», añaden.

Pero ¿está el sector financiero hoy al menos más preparado que antes? Es bastante cuestionable. En Estados Unidos, el Gobierno de Trump está desmontando las leyes de la era de Barack Obama que se habían adoptado como lección de la crisis.

Los críticos siguen viendo a nivel internacional muchas debilidades y falta de protección, porque no ha cambiado nada fundamental en el sistema y sobre todo no se obliga a los bancos a aumentar más sus reservas o su capital propio de modo de que ya no sean necesarios los rescates públicos.

Otra de las consecuencias más importantes son las bajas tasas de interés con las que bancos y economía deben recuperarse. Y que provocaron, entre otros, grandes flujos de capital hacia los países emergentes que desaparecerán en cuanto las tasas vuelvan a subir (como está pasando ya en Estados Unidos).

Krämer, del Commerzbank, sí cree que los supervisores bancarios de la zona euro aprendieron la lección, pero que sigue habiendo problemas. «Un tema que sigue sin solución diez años después es el mal estado de las finanzas públicas en muchos países de la eurozona». En España, Italia y Grecia, el déficit público es «incluso notablemente más alto que en 2009, antes del inicio de la crisis de deuda». La fragilidad no ha desaparecido.

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