Buenos y malos principios

Cataluña

Buenos y malos principios

Confiemos que Quim Torra renuncie a sus instintos políticamente y socialmente suicidas.

Quim Torrá en el Parlament

A las personas, incluidos los políticos o tal vez a los políticos más, siempre hay que dejarles el principio de la duda. La historia de la humanidad está repleta de gobernantes que iniciaron sus mandatos en olor de santidad y acabaron convirtiéndose en energúmenos deplorables. Por el contrario, también ha habido el caso de personajes deleznables que al final dejaron en el recuerdo de imagen honorable y hasta ejemplar.

Estos días los medios y las conversaciones privadas dan vueltas y revueltas en torno al nombre de Quim Torra, el ciudadano catalán, hasta ahora desconocido incluso por la mayoría de sus conciudadanos, que se ha prestado a la humillante misión de ejercer de fantasma de su antecesor, Carles Puigdemont, por los pasillos del Palau de la Generalitat. Hay gente para todo. Y no es el primero ni será el último que se presta a ejercer como guiñol.

Hasta ahora todo lo que se ha dicho, sabido y mostrado del señor Torra es más bien deplorable, por decirlo suavemente, y hay que reconocerlo. Tanto su pasado de historiador farsante, activista exaltado e intelectual de taberna, deja mucho qué desear respecto a su personalidad. Hay quien dice, y quizás tenga razón, que en las distancias cortas es simpático y amable. Algo es algo, si se confirma. ¿Educado?, pues la verdad es que nadie lo reconoce.

El dedo prófugo

Tampoco el presente alimenta la esperanza de que el cargo le haga mejorar los marcadores de sensatez. De momento ha tenido que estrenarse en sus pretensiones, porque hay que añadir enseguida que todavía no fue coronado más que por el dedo prófugo de Puigdemont, pidiendo perdón por sus excesos verbales pasados, por sus actitudes expresadas por escrito y difundidas por las redes raciales, insultantes y matonescas.

Algo es algo, ya digo, aunque no lo suficiente para no darle tiempo al tiempo a esperar a ver si se confirma. Socialmente da la impresión, quizás no pase de ser una simple actitud bocazas, de que le gustaría aprovechar su mandato de quita y pon para crear en Cataluña un régimen de apartheid, con la implantación de dos estatus sociales, el de los catalanes pata negra, independentistas y agresivos, y de los que proceden del resto de España que contribuyen al bienes colectivo tanto como los otros.

Pero no hay que asustarse. Ya sabemos que perro ladrador es poco mordedor, y el señor Torra, que evidentemente no es un perro, es una persona humana y hasta donde se deje respetable, propende a irse de la lengua pero en una de estas el poder por persona interpuesta que ansía, le hace cambiar. No querrá, y de ello debemos alegrarnos todos, cumplir lo que promete y correr en el intento la misma suerte que está corriendo su preceptor.

Confiemos que no sea así, que renuncie a sus instintos políticamente y socialmente suicidas, que se rinda a la evidencia de que lo que no puede ser es imposible y que acepte que fastidiar bien a su tierra y a sus paisanos ya lo hicieron Puigdemont y sus comparsas. Tener que escaparse con nocturnidad, errar por el mundo acojonado ante el miedo de que un día las euroórdenes funcionen y no poder regresar a casa más que esposado, alguna noche le hará reflexionar con la almohada.

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