La guerra más embrollada

Siria

La guerra más embrollada

Resulta inconcebible que en pleno siglo XXI ese conflicto cada vez más confuso se haya perpetuado y multiplicado.

Bashar Al Assad, presidente de Siria

La guerra de Siria ha entrado en su octavo año sin perspectivas de un final próximo. Tanto tiempo escuchando noticias de aquel drama nos han llevado a olvidarlo con frecuencia. A veces parece que se larva y renace la esperanza de que termine. Pero nada está más lejano si es que los tejemanejes diplomáticos y la propaganda de las partes no engañan: todo está como siempre, embrollado y dramático. Lo único cierto ahora mismo es que ya ha costado la vida a medio millón de personas. Se dice pronto.

Resulta inconcebible que en pleno siglo XXI, con tantos sistemas como se han venido creando para garantizar el mantenimiento o la recuperación de la paz, ese conflicto cada vez más confuso se haya perpetuado y además diversificado o si se prefiere, multiplicado. Empezó como una protesta, una reivindicación de democracia y libertad contra la férrea dictadura de Bashar el Asad, heredada de su padre. El Régimen no solo no escuchó sino que respondió sin miramientos. Fue el comienzo.

Los que luchan contra el régimen consiguieron inicialmente importantes éxitos militares pero poco a poco, conforme iban creciendo y sumando adhesiones comenzaron a dividirse y actualmente es poco menos que imposible determinar quién es quién y quién está contra quién aunque, eso sí, todos a cañonazo limpio. Ya no es sólo una guerra para desalojar del poder a un dictador, es un embrollo de combatientes y siglas que ni ellos mismos distinguen.

La incorporación de otros países al conflicto, empezando por Estados Unidos y Rusia y pasando por Irán y Turquía, lejos de servir para buscar soluciones, lo que ha conseguido es agravar más la situación y, por supuesto, multiplicar el número de víctimas en su inmensa mayor parte inocentes. Es terrible observar como los muertos aumentan casi al mismo ritmo que prospera el mercado de armas que abastece a las diferentes partes y más aún que dos potencias mundiales se hayan implicado sin encontrarle una solución negociada.

Los conocedores de lo que ocurre en el terreno consideran que la guerra está dividida en cuatro frentes, uno el que mantienen las fuerzas leales a Asad – que controlan más del cincuenta por ciento del territorio – con la ayuda de Rusia, Irán y Hezbolá, contra los rebeldes, y otras tres que se reparten entre los kurdos apoyados por los Estados Unidos, los restos del Daesh o el llamado Estado Islámico (ISIS) que aún resisten y los turcos intentando que los kurdos no se crezcan en sus demandas de independencia.

Israel, que sigue ocupando el territorio sirio de los Altos del Golán, intenta permanecer al margen aunque de vez en cuando también su aviación responde a alguna amenaza o agresión contra objetivos militares. Las negociaciones para lograr un alto el fuego, aunque sea sólo temporal y nada digamos de las que se habían fijado como objetivo la paz definitiva, han fracasado. Los intentos de la ONU tampoco han servido de nada. Mientras tanto, la avalancha de refugiados que huyen de la amenazada protagonizan un drama humano terrible que de rebote está poniendo a prueba la tibia solidaridad europea y contribuyendo a desestabilizar algunos de sus gobiernos.

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