La mañana de año nuevo ha sido distinta. No ha habido periódicos impresos en los kioskos, pero si noticias alarmantes en los audiovisuales: para celebrar el cambio de año, subirá la luz, el gas, los peajes en las carreteras y… hasta los sellos de correos. La comida ya subió subrepticiamente aprovechando la paga extra navideña. El coste de seguir tirando ya viene con un aumento del 1,5 %. Los beneficios empresariales parece que mejoran algo, pero el desempleo y el empleo parcial, que viene a ser lo mismo, siguen cubriendo de niebla oscura el futuro de los jóvenes y el presente de los mayores. Los pensionistas, que llevan años pechando con la pesada carga de la crisis económica, sufrirán el oprobio de ver que van a mejorar sus ingresos entre dos y cinco euros más al mes.
Mientras tanto, el Gobierno no reprime sus ansias de vanagloria; a Rajoy cuando se asoma ante el público sin plasma ya no le quedan solapas libres para colocarse medallas. Y algunas sí que debería exhibir con propiedad, por ejemplo la de presidente que más estimuló el auge de la pobreza y la desigualdad. Lo mismo que la del record de escándalos de corrupción y la obstinación por mantenerse en el cargo. Bueno, pues como decía, empezó el año con añoranza del 2016 que el Presidente nos desea próspero y feliz con carácter retroactivo. Y lo peor es que seguramente dentro de doce meses tendremos que darle la razón por una vez. Pero no quiero amargar la fiesta: confiemos que como en tantas otras cosas, Rajoy no acierte igual que se equivoca del año que estrena.