Elecciones sin optimismo

Cataluña

Elecciones sin optimismo

Las elecciones no están siendo vistas con optimismo ni por una parte de los protagonistas ni por los participantes.

Esteladas independencia independentistas cataluna

Unas elecciones democráticas deberían ser motivo de fiesta política. Y más en un país que tiene muy fresca aún la memoria de cuarenta años sin urnas ni libertad. Pero lamentablemente no es el caso de las elecciones autonómicas que hoy se celebran en Cataluña. Parece lógico que sean contempladas como la fórmula para salvar la crisis vivida en la Región en el los últimos meses y la mejor oportunidad para restablecer la normalidad, empezar a restaurar la convivencia alterada y restaurar el ritmo de la recuperación económica.

Lamentablemente las elecciones no están siendo vistas con optimismo ni por una parte de los protagonistas, que se han pasado la campaña desautorizándolas, ni por los participantes que van a acudir hoy a los colegios previsiblemente en masa pero con el temor a que no sirva para gran cosa. A la reiterada amenaza de algunos partidos de considerarlas ilegítimas si no las ganan, en la mayor desfachatez de cinismo político que se recuerda, se une la dispersión del puzle de escaños que se pronostica y su división en dos bloques incompatibles, casi podría decirse que dos frentes.

Llevamos semanas escuchando posibles cálculos y combinaciones que si las cifras que se manejan resultasen al final ciertas o simplemente aproximadas, la salida más probable sería tener que acabar repitiendo los comicios en la primavera. Sería una mala solución, por lo menos la que la sociedad considera como un fracaso. De hecho ha sido la campaña donde se ha dado la paradoja de haber sido la más reñida y al mismo tiempo la más anodina. Todo giró en torno a la pretensión de los secesionistas de llegar a la independencia y de la situación de algunos candidatos que están evadidos de la Justicia o encarcelados.

Que la independencia se haya revelado un imposible tanto desde la realidad española como europea no parece haber prendido en las mentes nada pragmáticas de los fanáticos que siguen confiando en su capacidad de enredar las cosas para mantener viva la tensión. Para ellos no existe nada más a tener en cuenta. Pero tampoco entre los demás candidatos, que apenas han seguido el juego a los soberanistas, olvidando que lo que se decide hoy es la elección de los gestores que desde el Govern y el Parlament tendrán que administrar los asuntos y servicios públicos, por cierto muy deteriorados y deficientes.

Resulta muy difícil creer que, excluidos los fundamentalistas, a los catalanes no les preocupen, y mucho, problemas que enfrentan en su vida cotidiana como la sanidad que tanto empeoró en los últimos tiempos, la enseñanza con las escuelas convertidas en madrassas, el desempleo que amenaza con aumentar, la evasión de empresas que descapitaliza el potencial económico de la Comunidad, la caída en picado de ventas y ocupaciones turísticas, y un largo etcétera. Sobre esto no se habló.

Y lo que se habló hay que decir que ha sido de una mediocridad intelectual lamentable. De la intensa campaña no quedará para la memoria ni una sólo idea, ni una sólo frase ingeniosa. A lo más que algunos han llegado para intentar atraerse el voto han sido argucias dialécticas o iniciativas rayanas con el ridículo que quizás hayan hecho reír un poco lo cual, también hay que decirlo, en un ambiente tan aburrido y monótono no ha venido mal.

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