El atentado de Las Ramblas, la credibilidad informativa y la “máquina del fango”

Atentados de Barcelona

El atentado de Las Ramblas, la credibilidad informativa y la “máquina del fango”

Hay máximas periodísticas que están pasando a mejor vida.

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El atentado terrorista del 17A en Barcelona ha generado vivas controversias a raíz de algunas informaciones inexactas o falsas publicadas en horas y días posteriores. Especialmente la difundida por El Periódico de Catalunya sobre el teórico conocimiento que la policía catalana podía tener que sucediese un acto terrorista en ese enclave. ‘Los Mossos fueron alertados por la CIA estadounidense de la posibilidad que La Rambla fuera escenario de un atentado durante el verano’, fue lo que venía a decir el día 18 la portada del matutino catalán.

Una información que ha levantado mucha polvareda. Y el posicionamiento de las partes. Desde los ámbitos cercanos a los defensores de la independencia se quiere ver como un ataque directo al ‘procés’, a su credibilidad, mientras que desde otras posiciones se habla de ‘utilización política de un cuerpo policial’ por parte del Ejecutivo catalán.

Más allá de la exactitud, o no, de la información en concreto facilitada por El Periódico, hay que tener muy presente que, en el contexto actual, todo se contamina. Y la información no es una excepción. Beneficia o perjudica a alguna de las partes. Los periodistas ya no pueden pretender que sus acciones no tienen consecuencias en el proceso.

Otra cuestión es la profesionalidad de la labor periodística y no caer en lo que se ha dado en llamar las fake news. Lo primero que deben tener en cuenta los ciudadanos es que no es lo mismo una información suministrada por un particular, habitualmente utilizando las redes sociales, que la facilitada por un profesional de periodismo. En el primer caso se suele etiquetar como ‘periodismo ciudadano’, término que puede desorientar. No debemos confundir el quehacer de uno y otro.

El periodista debe seguir unas normas para acreditar la exactitud de lo que difunde. Las informaciones falsas pueden ser lanzadas con diversas intenciones. Pero ninguna de ellas se basa en las que deben sustentar el trabajo del periodista. Y es que en demasiadas ocasiones observamos cómo hechos menores, simples rumores, o directamente bulos, son difundidos sin contrastar. También por la clase periodística. Un ejemplo del 17A en las horas posteriores al atentado fue explicar que el terrorista/conductor se había encerrado en un bar o restaurante cercano al lugar de los hechos. Falso. Pero fue difundido por diversos medios (radio, televisión y digitales) a lo largo de la tarde hasta que la policía lo desmintió.

Ya sabemos que es difícil, en un contexto de confusión, discernir cuándo la información no es verídica. O simplemente falsa. Es por esa razón que existen unas normas a seguir. Prescindir de ellas es hacer mal periodismo o, simplemente, apostar por la utilización de la mentira en las informaciones facilitadas. Y ese es el contexto donde cobran todo su significado las palabras del semiólogo Umberto Eco para referirse a las estructuras informativas en la sociedad actual, como «la máquina del fango» -en su última novela: Número Cero (2015)-.

Desgraciadamente estamos en un contexto donde la información es utilizada como un instrumento más de la contienda política o, simple y llanamente, como un elemento para ganar dinero, sin respetar las reglas deontológicas de la profesión. Un escenario donde los periodistas se ven conminados –de manera tácita o explícitamente- a renunciar a construir sus informaciones con normas éticas y de calidad. Incluso más, se ven impelidos a ser amables con los poderes fácticos, sean éstos en el campo de la política o la policía, en el mundo de la empresa o de la gestión cultural o lúdica. En el ámbito de la información deportiva es, quizás, donde vemos más habitualmente esta conjura entre las partes y la falta de independencia de criterio.

Hay máximas periodísticas que están pasando a mejor vida. Como la de no mezclar información con opinión, o la necesidad de contrastar las informaciones con, como mínimo, un par de fuentes antes de publicarlas. La norma que impera en la actualidad es mantener buenas relaciones con las personas, entidades o instituciones de las cuales se informa y no ser crítico con ellas.

A fuerza de ser honestos también hay que reconocer que no toda la culpa debe recaer en las espaldas de los periodistas. La grave crisis económica se ha llevado por delante, a modo de tsunami, a muchos profesionales. Y los que han permanecido han aceptado retribuciones exiguas, que llegan, a veces incluso, a ser miserables, probablemente impelidos por sus necesidades personales y familiares que obligan, en ocasiones, a recurrir a la autocensura.

En suma, un escenario donde claramente hay unos perdedores finales: los ciudadanos. Que no reciben una información veraz. Que acaban no conociendo todos los hechos. Una conditio imprescindible para que cada ser humano pueda configurar su propia opinión.

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