Manspreading

Ayuntamiento de Madrid

Manspreading

Opino que la señora alcaldesa debería fomentar entre sus súbditos buenas costumbres y modos correctos que ayuden a cumplir su mandato sin tener que exhibirlo con carteles igual que se advierte de la prohibición de que los perros dejen sus cacas en las aceras.

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No estaba en España estos días pasados cuando, según parece, la empresa de autobuses del Ayuntamiento de Madrid, que se ve que está en todo menos en limpiar las calles y la atmósfera, decretó la prohibición de despatarrarse en los transportes públicos. Me enteré, es un decir, de tan insólita medida por la prensa extranjera que, con más recochineo que otra cosa, informaba del “manspreading” que desde ahora será santo y seña de las buenas costumbres que los vecinos predestinados a trepar al cielo, debemos mantener. Y digo que es un decir al recordar cómo me enteré, porque cuando vi en los titulares de los periódicos la palabra “manspreading”, mi inglés no llegaba a tal nivel de vocabulario que tuve que apresurarme a consultar el diccionario y leer tres veces la definición para superar el shock de vergüenza ajena y propia a que quedé sometido.

La verdad es que no me imaginaba que los ciudadanos que vivimos en Madrid fuésemos tan proclives al despatarre, algo que en cambio es una mala costumbre que las ciudadanas evitan en público aunque mayormente también descuidan cuando visten falda. Entiendo que despatarrarse en el autobús, el metro o un avión es algo que, además de antiestético y en algún caso hábito intolerable de tocones y salidos, puede resultar incómodo e incordioso para los viajeros. Lo comprendo, lo acepto y prometo que lo tendré en cuenta porque me confieso proclive a ponerme cómodo y a evitar en los viajes que las piernas se me duerman después de mucho rato encogidas. Por eso opino que la señora alcaldesa debería fomentar entre sus súbditos buenas costumbres y modos correctos que ayuden a cumplir su mandato sin tener que exhibirlo con carteles igual que se advierte de la prohibición de que los perros dejen sus cacas en las aceras.

Se me ocurre que podría, por ejemplo, decretar que las distancias entre las filas de los asientos, sobre todo en los aviones que despegan y aterrizan en Barajas, permitan no ya estirar las piernas, que eso suele ser imposible, sino simplemente poderlas mantener unidas sin atrofiarse las rodillas con el roce con el respaldo delantero. Hay más cosas, sin duda, que cabría estimular entre la gente en materia de buenas costumbres que nos hagan sentir más cómodos en nuestra convivencia. Por ejemplo, recomendar a algunos iconoclastas de la sanidad personal que se aseen adecuadamente para evitar a los demás usuarios los olores a que a menudo nos vemos sometidos en los susodichos y a menudo atiborrados transportes públicos. Soy de los que defienden que cada cual haga lo que le parezca, incluida la resistencia a ducharse de vez en cuando, pero siempre que luego no nos expongan a las consecuencias fétidas a los demás.

Y, por supuesto, también defiendo que el Ayuntamiento gestione como crea conveniente, para eso fueron elegidos sus responsables, que disponga medidas adecuadas para que todos nos sintamos más a gusto -incluida la recomendación de no despatarrarse en público, y si les peta en la playa -, que a soportar prohibiciones estamos acostumbrados, pero, por favor, señora alcaldesa, señores concejales y afines, eviten hacernos pasar por el rubor del ridículo viendo como por ahí afuera se descojonan de risa imaginando a los guardias municipales inspeccionando los grados de separación de nuestro “manspreading” y calculando centímetro arriba centímetro abajo si llega el caso tirar de cuaderno de multas y sancionar a para quienes osen despatarrarse más de los límites fijados.

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