The Courtneys reaniman el pop femenino en ‘II’

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The Courtneys reaniman el pop femenino en ‘II’

La banda de Vancouver consolida su estilo en su segundo disco

Courtneys

Hay que dejarlo claro. The Courtneys no son amigas de las florituras innecesarias. Lo suyo son las guitarras distorsionadas, los bajos repetitivos y las baterías contundentes. Siempre en un estricto cuatro por cuatro, impetuoso y machacón. Con algunos dibujos instrumentales simples pero efectivos para aumentar la mordedura rítmica.

Todo muy canónico y cercano al libro de instrucciones rockero escrito por The Ramones y las bandas del punk neoyorquino de finales de los setenta. Mil veces escuchado y cien mil veces disfrutado. Casi como la tortilla de patatas. Y por lo mismo, cualquiera sabe que no todas las tortillas son iguales.

A lo mejor la diferencia está en la melodía. En esas melodías pegajosas como el chicle que se adhieren a la piel y al corazón y son capaces de sacar por unos minutos al exterior a ese adolescente revoltoso que todos llevamos dentro. O será que sorprende que estas chicas de aspecto tan dulce sean capaces de hacer tanto ruido.

Si me perdonan la garrulez machista del anterior comentario, no me va a quedar más remedio que insistir en la argumentación. Más que nada porque gran parte del atractivo que tiene este ‘II’, la segunda entrega de este trío de chicas ‘punkis’ de libro, es el contraste entre los guitarrazos y su sensibilidad melódica.

Todo funciona mucho mejor a mi entender gracias a la vocecilla ingenua de Jen Twyn Payne, la batería del grupo, que también realiza las tareas de cantante solista y que concede una credibilidad muy por encima de la media a estas epopeyas sonoras de tres minutos plagadas de indignación adolescente.

Además, como ya he dicho le pega fuerte y tiene dos cómplices muy adecuadas que están por la labor también: la guitarrista Courtney Garvin y la bajista Sydney Koke. Y eso parecen ser The Courtneys: tres amigas que se encontraron en Vancouver, aprendieron a tocar y se subieron a los escenarios para comunicar sus cuitas al respetable público.

Y no cansan. En este disco tenemos diez canciones que se extienden a lo largo de 38 minutos y 56 segundos y que, pese a tener todas ellas un desarrollo instrumental muy parecido, no me han llegado a aburrir. Tal vez por la actitud de las chicas. O quizá porque suenan a verdad y eso empieza a ser raro.

Lo mismo me engañan, pero tan poco importa. Es igual que se crean lo que hacen o que sean unas actrices excelentes. Pero acostumbrado como empieza a estar uno al postureo, las poses y las bandas que escriben estribillos pensando en cómo los va a corear el público en los festivales, lo de estas chicas resulta más que refrescante.

Tienen canciones como ‘Silver Velvet’, mi tema favorito del álbum por el momento, en que son capaces de describir con precisión de cirujano, los desórdenes que puede provocar en el cerebro una obsesión amorosa. Sobre todo, cuando vives en un entorno paradísiaco, donde lo único que se puede hacer es pensar algún oscuro objeto de deseo.

Se nota que tienen entre sus grupos de cabecera a bandas expléndidas e inmarcesibles como Teenage Fanclub o Big Star. En fin, que si les gustan las chicas sensibles que saben tocar fuerte y alguna vez soñaron con asistir a uno de aquellos conciertos del viejo CBGBG, en los que Television y Patti Smith compartían escenario, este discos les va a gustar mucho más de lo que suponen. Catenlo.

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